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Educar para cambiar el mundo

22 de Septiembre del 2020 - Héctor Gómez de Luis

Recuerdo a menudo la cálida sensación de seguridad que, durante mi infancia, me aportaba la certeza de saber que el ser humano se dirigía de manera inequívoca hacía una vida mejor gracias a los inminentes avances en la tecnología, la cultura y la moral. La educación llegaría a todas las esquinas del globo y los profesores se encargarían de instaurar la sensatez como una cualidad inalienable en cada uno de nuestros congéneres. Los avances en campos como la genética, la física o la astronomía se convertirían en nuestro mayor acercamiento a la mente de una posible divinidad creadora, y la llegada de las nuevas tecnologías favorecerían estilos de vida más sencillos para todos. Ahora, mirando hacia atrás, solo puedo pensar: “¡Qué gran decepción!”.

Los grandes avances ya han llegado están aquí y, sí, han cambiado el mundo, pero no han logrado hacerlo hacia ese lugar sublime con el que yo soñaba de niño. La tecnología y la cultura se expanden por el globo de una forma sorprendente; no obstante, no consigo observar una evolución de la ética colectiva y el bienestar social, al menos, no de una forma paralela al resto de nuestros progresos.

SUMARIO: Urge adaptar los sistemas educativos a las necesidades actuales e incorporar un refuerzo moral

DESTACADO: No estamos educando a nuestros niños para ser futuras personas felices, sino para convertirse en futuros productores, como autómatas de una enorme cadena de montaje

Según la OMS, una persona se suicida en el mundo cada 40 segundos. Este simple dato debería ser suficiente para considerar que hay un problema grave, algo que no está yendo bien. Los últimos datos aportados por la publicación de Oxford “Our World in Data” confirman que se suicidan 800.000 personas al año, para mi sorpresa, el doble que las muertes registradas por homicidios. A pesar de lo complicado que resulta aportar datos de estricta fiabilidad en estos campos, y aun teniendo en cuenta que esta ratio cambia notoriamente si la observamos país a país, se hace evidente que vivimos en una sociedad enferma.

Por otra parte, dejando a un lado los datos que conocemos, me resulta también más que preocupante lo que no llegamos a saber; es decir, a todos nos llega información constante de distintos casos de corrupción, robos, abusos, desapariciones, asesinatos…, pero estos son solo los sucesos que se llegan a descubrir. ¿Cuántos delincuentes llevan a cabo sus crímenes y logran evadir la justicia? Espero que pocos, pero, es evidente que, si todo saliese a la luz, las cifras que confirman el total de actos incívicos se engrosarían de manera sustancial.

¿Existe alguna manera de revertir esta situación? Haría falta una lenta metamorfosis de todo nuestro tejido productivo, económico, cultural y social, y solo contemplo una forma de poder lograrlo: un cambio radical en los sistemas educativos. En la actualidad, no estamos educando a nuestros niños para ser futuras personas felices, sino para convertirse en futuros productores, como autómatas de una enorme cadena de montaje que, con suerte, lograrán desarrollar sus propias escapatorias para crear efímeros reductos de felicidad, y así conseguir llevar una vida más o menos satisfactoria dentro de la legalidad, o no.

La sociedad moderna demanda un cambio ágil adaptado a las necesidades actuales y está más que claro que hace falta un refuerzo importante en educación moral. ¿Es preferible dedicar tiempo al desarrollo de conductas fortalecedoras de la autoestima, o a aprender los afluentes del río Miño? ¿Es preferible apostar por actividades que prioricen el diálogo y el respeto hacia los demás, o por conocer las características de la arquitectura jónica? ¿Conviene inculcar técnicas para poner en valor las auténticas cualidades de la vida y de las personas frente al pensamiento materialista y la superficialidad actual, o es mejor memorizar una lista de preposiciones? Es evidente para todos que la necesidad educativa ha cambiado, pero no lo es tanto el conjunto de beneficios que podría acarrear si esta modificación se hiciera de la manera adecuada. Es la única forma en que, tal vez, podríamos conseguir una revolución social histórica. Sé que es difícil, sé que supone esfuerzos y riesgos, pero el resultado esperado bien lo merece. Dicho todo esto, únicamente me queda repetir algo que siempre he afirmado: solo hay una manera de hacer las cosas, y es poniéndose a ello.

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