La evolución del hombre como individuo y la evolución de la sociedad como entorno de convivencia
Nadie puede condenar los hábitats sin conocer lo que los motiva y lo que los condiciona.
El hombre, en su geografía social, fue desarrollando sentimientos de grupo y de convivencia. La firmeza de sus normas y sus métodos siempre han sido, de alguna manera, su lema y la causa de su progreso.
Hoy, nos atrevemos a juzgar la vida de las cavernas, los sacrificios de jóvenes a los dioses griegos, el mundo del circo romano, el oscurantismo de la Baja Edad Media, los abusos en guerras y conquistas del Nuevo Mundo, la Inquisición moderna, la Revolución francesa, la tiranía de la Revolución Industrial..., pero, solo utilizando la soberbia de nuestra subjetividad interesada.
Condenamos la historia humana y sus formas, pero nos aferramos a todo lo que ella nos ha dejado en herencia.
El fariseísmo moderno del poder modula el progreso (ya no le llaman evolución). El sometimiento, revestido de bondad pandeísta, dirige el avión, el barco, el tren, la carreta... Todo lo que se mueve...
Dios y sus principios ya no existen como figuras aglutinadoras...
El poder, oculto en cavernas modernas, en forma de rascacielos, dirige y somete...
A eso, ahora, lo llaman progreso... no tiene cara, ni nombre, ni mucho menos escrúpulos.
Mirarse a sí mismo, analizar el progreso humano con objetividad y hacerse esclavos de la libertad son los únicos caminos para volver a encontrar al hombre, al auténtico, por aquello de “la verdad os hará libres”.
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