Corre, corre
Era un hombre de ideas claras que opinaba que un buen principio presagia un buen final y que aventuró que todo podría fracasar antes de desembarcar cuando vio que solo disponían de un cayuco para atravesar un mar que, aparte de valor, exigía de acero y muchos caballos de vapor. Quiso el destino que llegaran a tierra, pero, ya en ella, aquel hombre tuvo que correr para escapar, señal que le aventuraba un destino a toda velocidad; correr y correr, correr por la arena al desembarcar, correr por el cemento para vender, correr por favor para vivir, correr para no volar de vuelta perdida ya la ilusión de progresar. Le decían de su tierra que mandara dinero para que otro como él pudiera embarcar, pero nunca mandó nada, no quiso ser el mal amigo que sabía la verdad y calló que el dinero sería para morir en el mar antes incluso de llegar para sufrir. Pasados los años, su nieta le preguntó:
–¿Por qué sigues corriendo, abuelo, si eres libre y mayor?
–Seguiré corriendo por si algo o alguien me persigue aún, quizá el hambre, el hombre o la sombra de lo que fui, quizá porque estaba escrito en algún lugar más allá del mar que correría el emigrante de por vida porque su condición lo encasilló en el peor papel. Correré por si corriendo, aún hasta morir, consigo que tú puedas algún día no hacerlo para vivir.
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