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Un mundo más justo y humano en las relaciones cotidianas

11 de Octubre del 2020 - Carmen González Casal

El 3 de octubre el Papa Francisco firmaba una nueva carta encíclica que él mismo define como “Encíclica social”. Lo hacía en la ciudad de Asís, sobre la tumba del “Poverello”, como se le conoce en Italia a San Francisco. Precisamente al día siguiente, en la festividad del santo de Asís, caía en mis manos el texto completo de “Fratelli Tutti”, su encíclica sobre la fraternidad y la amistad social. El titulo atrapó mi atención y comencé a hojearla, parándome despacio en alguno de sus ocho capítulos. Confieso que muchos de sus planteamientos golpearon mi conciencia y pienso que deberían sacudir la de muchos gobernantes y gentes de bien, creyentes o no, que rigen el día a día de comunidades, pueblos e instituciones.

Admiró la valentía de Francisco en una denuncia amable pero sin paliativos, de situaciones actuales puestas más aún de manifiesto por la pandemia. Con la maestría de un Caravaggio en pleno tenebrismo, Bergoglio lleva el claroscuro al extremo, creando un fuerte contraste de luces y sombras, las de un mundo individualista y cada vez más dividido que descarta a los que no sirven, a los que transitan por esas periferias donde viven los “exilados ocultos”, donde los derechos humanos no son iguales para todos, frente al deterioro de la ética, a un consumismo exacerbado o un resurgir de “nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos”, a una “ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro”.

Sumario: Reflexiones al hilo de la nueva Encíclica del Papa Francisco sobre la fraternidad y la amistad social

Destacado: El Papa habla a la humanidad. Su corazón se abre al mundo entero. No distingue credos. Ni procedencias. Ni siglas

Pero, como en el tenebrismo, a muchas sombras, mucha luz, y Francisco salpica al mismo tiempo las páginas de su encíclica con pinceladas maestras de esperanza, donde el derecho a vivir con dignidad no sea negado a ningún ser humano, abriendo lo local a lo universal, enriqueciéndonos con otras culturas. Porque la fraternidad –que es el meollo de esta encíclica– debe promoverse no solo con palabras, sino con hechos. Hechos que se concreten en la “mejor política” la que –lejos de los populismos– ponga en el centro de su actuación la dignidad humana y tenga la caridad social como eje, que afronte los problemas y renueve las estructuras, avanzando hacia un mundo más justo que globalice los derechos humanos más básicos y promueva la paz en relaciones cotidianas: implicarnos todos en el diálogo, en el perdón, acogiendo, promoviendo, protegiendo, integrando,… ¡Tela!

“Caminemos como una única humanidad” –insiste Francisco– “como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”.

El Papa –con la autoridad del que va por delante– habla a la humanidad. Su corazón se abre al mundo entero. No distingue credos. Ni procedencias. Ni siglas. Habla claro a los gobiernos y también a los ciudadanos de a pie. Los primeros dejan muchísimo que desear. Los que vivimos en el primer mundo pasamos a veces de largo y miramos para otro lado. Sin embargo, todos somos responsables. Cada uno puede hacer un mundo más justo y más humano en su día a día. Es una tarea. Cada quien en su medida.

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