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Cien millones de objecciones

25 de Junio del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Joaquín García Fdez, de Ujo-Mieres, tiene las ideas envidiablemente claras. Lástima que tanta luz mal se compadece con la realidad, que suele estar transida de penumbras. En Israel, país impune (LA NUEVA ESPAÑA, 20.06.10), nos declara Joaquín su fobia por todas las religiones, pues me parece escribe- que lo único bueno que han dejado en el mundo ha sido el arte. Lo demás lo borraría todo de un plumazo.

Para empezar, meter a todas las religiones en el mismo saco puede resultar un procedimiento un tanto expeditivo. Entre las bebidas, unas son letales y otras saludables refrescos; los regímenes políticos van de las más sangrientas tiranías a las democracias más liberales; entre los políticos, los hay como Churchil (que ganaba las guerras y perdía las elecciones) y como Rodríguez Zapatero (que le tocó un bono en la tómbola para seguir ganándolas); hay sistemas económicos que reparten miseria y los hay que hasta producen una pasable prosperidad (que nos da para ponerle coche y chofer a Lastra, que lo lleva de la Junta a la SER y de la SER al restaurante, que este hombre no da abasto a luchar por las libertades).

Y así las demás cosas, cada una yendo de un extremo al otro, sin encontrar sosiego en la tensión de los contrarios (algo de esto ya lo dijo Heráclito). ¿Y si algo parecido pasara con las religiones? Lo más prudente tal vez sería echar un vistazo, no sea que se junten churras con merinas. O que se tire al bebé con el agua del baño. Lo cierto y bien documentado es que el primer experimento histórico de Estado ateo (Lenin, 1917, y desde entonces unos cuantos) alcanza en menos de un siglo la cosecha bien oscura de cien millones de víctimas. Ante esa voracidad de muerte, las guerras de religión palidecen como una especie de aperitivo para abstemios.

Cien millones de muertes decretadas. Más de un millón por año. El libro negro del comunismo, Ed. B, 2010, no es un panfleto anticomunista; son mil apretadas páginas de documentación (cien mil muertos por página), reunida por un equipo internacional de historiadores vinculados al CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) de París. La cuestión es si el remedio no ha sido mil veces peor que la enfermedad; si el nuevo opio, como decía Unamuno (el ateísmo como religión del Estado), no se manifiesta como infinitamente más mortífero que el tradicional. Privándonos, además, del arte (a no ser que se considere tal el realismo socialista; personalmente, me quedo con Giotto y con Masaccio).

No pretende uno enturbiarle las ideas a Joaquín ni a nadie, pero sí echar un poco de luz sobre la oscura realidad (los muertos se lo merecen). Sin demasiada esperanza, sin embargo, ante esa consigna con fuerza de ley casi física: -No dejes que los hechos te estropeen un argumento. Siempre habrá algún progre que razone que cien millones no son muchos muertos, porque somos mucha gente.

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