Desigualdad sostenida por la ignorancia
Conozco a una mujer, abuela de dos nietos, niño y niña, más o menos de la misma edad. El varoncito tiene facilidad para los estudios y para ir sacando buenas notas sin aparente mucho esfuerzo. La niña, que tiene otras muchas virtudes, tiene dificultades crecientes a medida que pasa cursos. La abuela, que querrá a ambos por igual, dice que "ya que alguno debe llevar mal lo de los estudios, mejor que sea la niña, que a los hombres les hace más falta".
Esta anécdota, actual, real, refleja en mi opinión cómo está el patio. Algunos creen que porque haya ministras ya está toda aspiración conseguida y que las mujeres ya tendrían que dejar de quejarse tanto. Cuando la realidad es bien diferente, veo que lo que no está normalizado, como promedio, es el pensamiento general. Sí, es triste, pero mucha gente piensa de tal modo y aun cosas peores. Los hay, no son pocos, que chapotean en el fango y exigen muda limpia para los demás, atreviéndose a examinar con lupa rastreando cualquier peca delatora de impureza que descalifique, en este caso, a cualquier reclamación más o menos justa que altere sus inertes creencias.
Me gusta comparar el tema del feminismo -convengamos en llamarlo así para acelerar el discurso- con la segregación racial en los Estados Unidos. Para una mente inmóvil con aberración al cambio será fácil hilvanar el discurso de que los negros no tienen de qué quejarse cuando ya hasta un presidente mulato han tenido. También podrán apilar ladrillos argumentales sobre la delincuencia mayoritariamente negra, el promedio racial de la población carcelaria, etcétera. Como si todo ello, de alguna manera, sirviera para justificar sus atávicas creencias, una realidad hecha a su medida que refleja la inferioridad por cuestión de raza. Ya ven, si algún crío tiene que sacar malas notas, que sea el negrito, que le va a hacer menos falta. En la cárcel.
Pues bien, en este asunto pasa exactamente lo mismo. A algunas cabezas duras habrá que taladrarlas para que les entre lo del techo de cristal, que se llamó así no para homenajear a Lladró, sino para expresar que ese límite suele ser invisible, aunque duro y, también, si se insiste, quebradizo. Pero el recorrido que falta es aún largo y todos, me incluyo el primero, deberemos ir acomodando creencias y costumbres y tragarnos nuestras bilis a ser posible, acatando los cambios incluso si estos traen algún defecto. El mundo está tan mal que, ya lo ven, hasta algunas abuelas pueden no desear lo mejor para sus nietas. Sin querer, claro.
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