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La zorra y las uvas

17 de Octubre del 2020 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Hoy, día de San Calixto, con admirada puntualidad, a la hora concertada, al llegar a la entrada del consultorio médico pulsamos el timbre y a los pocos segundos una ATS ataviada de guantes y mascarilla nos abrió la puerta con una agradable sonrisa de buenos días. Lo primero fue aconsejarnos desinfectar las manos con un gel que nos ofreció. A continuación, primero a uno y luego a otro, nos apuntó en la frente con una especie de pistola para tomarnos la temperatura. Luego nos condujo al primer piso donde estaba otra ATS que, a los pocos minutos de llegar, te nombra en voz alta invitándote a pasar a sus dependencias. Después de unas cuantas preguntas relacionadas con tu salud te pone la vacuna de la gripe en uno de tus brazos y, lo que es mejor, sin enterarte ni siquiera del temido pinchazo. Luego te despide deseándote un buen día. Todo ese proceso no pasó de diez minutos en total. Ese funcionamiento impecable de la sanidad pública, ya desde la petición de vez por teléfono hasta salir por la puerta después de ser bien atendido, lo he vivido hoy aquí, en el consultorio de Figueras. ¡Gracias por estas magníficas atenciones a los mayores y que nunca nos falten!

Vivida en mi propia piel y comparada esta nueva experiencia con la manera de operar por parte de este centro de salud, supongo que lo mismo que otros muchos más, para atender a los sufridos para tratarnos de vacunas, extracciones de sangre, controles de Sintrón y otros, no tiene parangón con la forma de actuar de años anteriores, cuando te citaban, por ejemplo, a las 10:00 horas, para salir muchas veces del consultorio a las 14.00, después de haber tenido tiempo suficiente para intercambiar toda clase de virus entre los pacientes que, sin protección alguna, abarrotábamos la sala de espera. En ese sentido la mejoría ha dado un giro de 180º en lo que a esos comentados servicios se refiere. Parece que para actuar de esa forma tuvo que hacer acto de presencia en Asturias, España, Europa y en el mundo entero, desde marzo pasado la temible covid-19 y, ahora, la esperada gripe. De momento la primera para amedrentar y diezmar a la población mayor. Y, el tiempo, como siempre, nos hará ver si la gripe nos llega para ayudarla en su temible y siniestra andadura.

Razonado todo lo expuesto, a la vuelta a casa y empujado por mi excesivo tiempo libre dimanado de mi condición de jubilado, busqué datos en los medios para ver las alarmantes cifras mundiales con más de un millón de muertos producidos por el SARS-CoV-2 (en la vieja Europa 243.000 y en España más de 33.000), más los que quedan renqueantes con las secuelas producidas por ese inesperado virus en el organismo después de la enfermedad: cansancio, problemas cardiacos, neurológicos, psicológicos o pulmonares, amén de pérdida de algunos de los sentidos, con dificultades para oler, degustar, caminar, hablar... La verdad, no sé que será mejor, si que te lleve con ella la Peregrina de Casona o que te deje en este mundo terrenal tullido de por vida.

Hoy me he sentido satisfecho por dos razones: una, por el magnífico trato recibido en el consultorio médico de la mano de sus sanitarios, desde que pedí la correspondiente vez hasta la aplicación de la vacuna, y otra, por lo contento que me he quedado al no haber acudido a una comida a un reconocido restaurante de la zona, invitado por un grupo de mis apreciados excompañeros de trabajo, hoy la mayoría de ellos viejos jubilados como yo. Compañeros desplazados adrede al Occidente desde Oviedo y otros lugares para acudir a tan importantísimo festejo que, al parecer, no podía esperar por mejores momentos, al mismo tiempo que hacían caso omiso a las recomendaciones de las autoridades con sus advertencias de contagio por el virus, sin importarles, por lo que parece, el traerlo o bien llevárselo de vuelta casa. No censuro, solo digo pensando en alto, ya que la libertad de movimientos de momento existe, como también, algo, la de expresión, que yo, con todo el respeto, practico algunas veces.

Los mayores sí que censuramos muchas veces, llenos de razón, a los jóvenes del botellón. Deduzco que el principal motivo para tal reproche solo puede ser uno, que no precisamente es el de predicar con el ejemplo, y que es solo, a mi juicio, como el contemplado en la fábula de Esopo de la zorra y las uvas, ¿no les parece?

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