Vivir y morir dando vida; la eutanasia, no
De las manos de mis padres recibí la ilusión de vivir.
De sus manos tomé, igualmente, la conciencia de vivir.
De sus manos aprendí a caer sobre la dura tierra pletórica de vitalidad.
Agarrado a sus manos aprendí a levantarme.
Detrás estaba su fortaleza, abrazada a su fe, a su esperanza y a su gran caridad, vestida de sencillez.
Ahora la niebla invade mi horizonte y hace de mi vida un camino tambaleante.
No veo nada claro. Lo palpable se difumina al instante. Lo que parece brillar es simple hojarasca.
Sentado, cegado por el débil sol mañanero, lloro la destrucción del bosque donde construí mi vida. Las montañas de hojarasca, antes "humus", son arrastradas sin provecho alguno.
Tengo que levantarme, caminar contando los árboles, hasta volver a contemplar el valle lleno de vida en el que nadie tiene derecho a legislar mi salida.
Mi vida es parte del valle, parte del bosque y parte de cada uno de sus habitantes.
Somos seres llenos de vida cambiante, que, sonriendo, vamos dejando caer semillas de nueva vida.
Nadie debe romper el ciclo; la muerte sin esperanza sería su último abrazo.
La eutanasia no da paz, sino incomprensión, insensibilidad, oscuridad, también negocio.
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