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Éramos felices y no lo sabíamos

21 de Octubre del 2020 - Manuel Díaz Estrada (Forcinas (Pravia))

Al principio de la pandemia del covid, allá por el mes de marzo, muchos creíamos que esta maldita enfermedad, que se ha cobrado ya tantos miles de vidas en nuestro país y en el resto del mundo, nos iba a servir para cambiarnos el chip, para darnos cuenta de que la salud y la propia vida son lo más importante que tenemos. Sin embargo, el paso de los meses y el rebrote de la pandemia, con mayor intensidad si cabe, nos viene a demostrar que no hemos aprendido nada.

Mientras los profesionales de la medicina -médicos, enfermeras, sanitarios, etcétera- se manifiestan impotentes ante las puertas de los hospitales para pedir más refuerzos, para decirnos que están extenuados de la avalancha de enfermos que tienen que atender diariamente. Mientras todo eso ocurre, mientras que el colapso hospitalario parece cada vez más cercano, en las calles de Gijón, nos cuenta este periódico, los hosteleros abroncan a la Policía Local por intentar que se cumplan las normas de seguridad en las terrazas de sus establecimientos. El sector hostelero asturiano ha sido hasta la fecha el que más ha protestado contra las medidas de contención de la pandemia. Es como si a los propietarios de estos negocios les importara únicamente el hacer caja, como si el virus asesino no fuera con ellos. Cierto que buena parte de la culpa también es irresponsabilidad de los ciudadanos, que a pesar de la crítica situación sanitaria en la que vivimos somos incapaces de aparcar por una temporada la costumbre del terraceo, del vermú y del rioja con el pincho en la barra de un bar. Hace una semana publicaba LA NUEVA ESPAÑA un interesante reportaje, en el suplemento dominical, firmado por el gran periodista Javier Cuervo y titulado "En medio siglo España se convirtió en un bar". En ese amplio trabajo periodístico, que no tiene desperdicio, se dice por ejemplo "que la socialización fuera de casa ha dado un modo de vida muy dependiente de la hostelería, y viceversa" . Algo totalmente cierto. Solo por poner un ejemplo que conozco muy de cerca: en la villa de Pravia existen en estos momentos 47 establecimientos dedicados a la hostelería, para una población de 4.935 habitantes. Como se puede observar a simple vista, es una cifra totalmente desproporcionada. Es prácticamente imposible que semejante número de hosteleros puedan vivir de este negocio. De ahí que, ante situaciones como la que nos está tocando vivir, estos empresarios se suban por las paredes y protesten por cualquier norma que les reste clientela. No queremos ni pensar lo que pasaría en este país si al Gobierno de Pedro Sánchez se le ocurre hacer lo que ha hecho Bélgica, que ha decretado el cierre de todos los negocios de hostelería durante un mes. Vivimos inmersos en un mundo totalmente contradictorio y alocado. Mientras en Asturias se nos dice que más de 250.000 personas se encuentran al borde de la extrema pobreza, en Gijón y en Oviedo los hosteleros y los ciudadanos mantienen su particular cruzada contra el virus. En Gijón se manifiestan ante el Ayuntamiento y abroncan a los policías y reniegan contra la Alcaldesa. En Oviedo, mucho más pacíficos y capitalinos ellos, ya han conseguido que Canteli les prometa suficiente espacio público en la calle para que coloquen terrazas climatizadas, pues si no ya se sabe, los parroquianos se nos pueden morir de una pulmonía. En definitiva, toda una tragedia, y todo porque los españoles hemos cambiado la vida familiar y hogareña por la de una terraza y una barra de un bar. ¡Ay!, benditos años 60, qué felices éramos, todos juntos en el salón, pegados a la catalítica y viendo las series de "Los Intocables", de Eliot Ness, o "El fugitivo", de David Jannssen. Definitivamente, cualquier tiempo pasado fue mucho mejor; y no nos habíamos dado cuenta hasta ahora. Seremos imbéciles.....

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