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La sombra del ciprés

27 de Octubre del 2020 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Se puede decir que la existencia del ser humano la forman o componen tres fases, que son el nacimiento, la vida y la muerte. En lo que respecta a las fases primera y tercera nosotros nos tenemos que limitarnos a dejarnos llegar a este mundo y luego partir de él cuando finalice nuestro periplo humano. Inexorablemente. Respecto a la segunda fase, la de la vida, nosotros podemos disponer de ella como nos plazca, bien o mal, acertada o equivocadamente. Por este último camino solemos llevarla todos, irresponsablemente, por la falta de algo tan importante como lo son la convivencia y la solidaridad, verbigracia, darse por entero a los demás, desinteresada y generosamente, en una obligada reciprocidad.

Esta tiene que ser nuestra vida, que es breve y efímera, apenas un soplo en la inmensidad de los tiempos que no tienen principio ni fin, como la eternidad.

La muerte, que es una consecuencia de la vida, más tarde o más temprano nos lleva a esa eternidad, dejando aquí nuestra funda humana, todo lo que es materia, cuyo destino es un camposanto, un cementerio, que es la ciudad de los muertos, cuyas almas han pasado a ser eternidad. Y en esa ciudad de los muertos, todos los años se les recuerda con toda una parafernalia de velas, coronas y flores, todo marchitable y perecedero, como el recuerdo de los que allí yacen en una sepultura a la sombra de un ciprés. Sí, en muchos casos el Día de los Difuntos es una visita obligada al cementerio, en el que se encuentran familiares y amigos que terminan haciendo tertulia. Recuerdo a la sazón que, estando en los Alpes austriacos en 1980, pasamos el Día de los Difuntos en una aldea alpina, todo un ejemplo de conmemoración de ese Día de Difuntos. Religiosidad y silencio en la misa y en el cementerio, con una marcha fúnebre al final interpretada por una banda de música.

El cementerio es nuestro destino final humano, y a él debemos ir para estar más cerca y recordar mejor a nuestros seres queridos, rezar y hablar con ellos, y mentalizarnos de que más tarde o más temprano con ellos nos vamos a reunir allí, a la sombra de un ciprés. Quizás esto, meditadamente, nos haga ser mejores con los demás, comenzando por nosotros mismos.

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