A Caridad Menéndez Rodríguez
Te fuiste en silencio. Ese silencio que desde hacía meses se había ido apoderando de una de las facultades que más brillantemente ejercitabas y disfrutábamos los que te escuchábamos. Porque al escucharte, ya fueran las narraciones de tu azarosa y dilatada vida, tus siempre sabias enseñanzas, tus preocupaciones, alegrías y penas, siempre se extraían las lecciones que muy pocas personas pueden y saben ofrecer.
Es muy difícil hacerse a la idea de que ya no estás en esa tu tienda de los Pilares de "arreglos de ropa", en la cual, con tus 95 años, has permanecido puntualmente mañanas y tardes hasta hace poco tiempo. Incluso te enfadabas si alguien te recomendaba que te jubilaras, ya que no solamente era tu gran vocación, sino el sentirte útil y activa. Pero también era el lugar donde podías conversar con la gente que allí te conocimos y que te queríamos, donde ejercitabas esa inmensa caridad -haciendo honor a tu nombre- "enseñando gratis a coser a personas sin recursos", como anunciabas en un papel en la puerta.
Tu vida fue un ejemplo de lucha, de valor y fortaleza, que de forma muy resumida apareció en las páginas de este medio ("Maestra de costura a los 92 años en Oviedo", LNE 11-1-2017). Entrevista que siempre agradeciste -para que las jóvenes aprendieran a luchar, decías- y de la que te sentías orgullosa hasta el punto de tenerla en el escaparate de tu tienda y llevarla en el bolso para enseñarla allí donde fueras.
Con apenas 26 años te quedaste viuda y con dos hijos muy pequeños, por los que luchaste no solo para mantenerlos y dejarles un patrimonio, sino como repetías en múltiples ocasiones, lo que era más importante, "que recibieran la mejor enseñanza posible". Para ello luchaste con un espíritu imbatible, sacaste el título de agente comercial y el carné de conducir y con la maleta cargada de muestrarios viajaste por toda Asturias, a Cataluña e incluso en aquellos años te atreviste a ir a Alemania para comprar máquinas especiales de coser piel.
Tu vida no se puede resumir en unas líneas, es digna de un libro de memorias que no quisiste escribir a pesar de tener sobrado contenido ejemplarizante, demostrada facilidad para expresarlo y habilidad para hacerlo con tu ordenador. En él hubieras enseñado que a pesar de las múltiples adversidades que se presenten en la vida, se puede salir de ellas con tesón, espíritu de lucha, afán de superación, de aprender y vitalidad desbordante. Cualidades que conservaste hasta el final de tus días a pesar de que un nuevo golpe -el peor que una madre puede sufrir-, la muerte de tu hijo, afectó de forma profunda tu salud y tu espíritu. Tu sólida fe alivió el último, la medicina no pudo hacerlo en la primera.
Te has ido con la maleta muy llena, pero esta vez de generosidad para quienes más lo necesitaban material y espiritualmente, de sabios consejos y ejemplar trayectoria de vida. Ahora será a ese Dios que rezabas al que le habrás mostrado tu valioso equipaje.
He repasado contigo todo esto que ya sabes, Cari, para tratar de llenar un poco del inmenso hueco que dejas en la familia y en los amigos que te lloran y que no te olvidarán hasta el anunciado reencuentro.
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