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La seronda asturiana: tradición, encuentro, gastronomía

1 de Noviembre del 2020 - Carmen González Casal

Aunque para el gran Ángel González “el otoño se acerca con muy poco ruido”, la seronda, el otoño asturiano, está lleno de actividad y fiesta: tiempo de recolección plagado de colores, sabores y tradiciones, que salpican no solo nuestros maravillosos bosques sino una cultura tremendamente rica en usos ancestrales, que miran a la esencia de un pueblo, a una identidad común que trae recuerdos de infancia, encuentros familiares y amigables en torno a una apetitosa mesa en homenaje a los que están, y también a los que ya se fueron, con flores al camposanto, misas y oraciones cada 1 de noviembre, si bien este año se vea más prudente vivir esta tradición desde una escalonada distancia. Porque finales de octubre y primeros de noviembre siempre fue tiempo de ánimas, de historias sobrenaturales, de la Santa Compaña o la Güestia, donde almas en pena recorren errantes los caminos, pasada la medianoche, en un presagio de muerte.

Pero las tradiciones de esta época son sobre todo de vida. De vida vivida y celebrada en torno al fogón que asa castañas tras el aire caliente que nos las anuncia, o a la sidra dulce –o del duernu– que las riega y nos reúne festivamente en el amagüestu, de origen celta, que celebra el paso al invierno con la recogida de las castañas –o la gueta– al son de gaitas, panderetas y bailes en bulliciosa algarabía, como la de la esfoyaza, esa gran romería asturiana del maíz, donde un grupo de vecinos se reunían en casa de uno de ellos para deshojar el maíz en sonora y sustanciosa camaradería, porque también los bailes, la música y una enjundiosa comida marcaban los acordes de esta fiesta, recuperada por mi célebre amigo Manolo Linares en su Navelgas natal.

SUMARIO: Una época llena de actividad y fiesta en la región

DESTACADO: Las abundantes tradiciones que atesora Asturias son los cimientos de ese carácter abierto, acogedor, festivo, solidario, conversador y amigable de las gentes de esta tierra

En este paisaje recolector otoñal, la manzana alcanza su protagonismo. Nicanor Piñole plasmó este momento en una de sus mejores obras, "Recogiendo la manzana". La seronda es tiempo de apañar esta fruta del Paraíso que mayada nos regalará la sidra, el néctar que singulariza al pueblo asturiano.

Pero el otoño nos lleva a un imaginario de platos de cuchara, antaño de subsistencia y hoy en día de preciada gastronomía, cocinados a fuego lento, con trucos de madres y abuelas que hacen de esos guisos placeres inigualables. El pote, tras una buena matanza, que también reúne a la vecindad en torno a la fiesta de San Martín, donde parece que el verano asoma su hocico con aires que invitan al paseo y la fiesta. Y, cómo no, esas recetas dulces que hacen las delicias de grandes y chicos: les casadielles, los frixuelos o los huesos de santu, tan propios de primeros de noviembre.

Asimismo, en ese abundantísimo patrimonio de tradiciones que atesora Asturias está el filandón, reunión más bien nocturna donde, después de cenar, sentada la concurrencia en escaños o bancadas, aprovechaban para conversar, para contar cuentos o historias, mientras con sus manos desempeñaban labores, a la luz del candil o de la vela.

Muchas de estas pinceladas otoñales nos llevan a momentos del pasado donde el pueblo asturiano plantó sus raíces. Son los cimientos de ese carácter abierto, acogedor, festivo, solidario, conversador y amigable de las gentes de esta tierra, donde la familia, las tradiciones y la colaboración entre todos han sido pilares fundamentales.

Bien asentados en ese pasado, podemos mirar y proyectar un futuro que, por los últimos acontecimientos, se presenta incierto. Aprovechemos esas experiencias y vivencias, todo eso que ahora muchos llaman background, para definir con esperanza y decisión el futuro que nos aguarda.

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