A vueltas con la felicidad
Leyendo un artículo sobre la felicidad, no puedo resistir el compararlo con el “¿Sabe usted lo que quiero?” (la tarjeta del hormiguero). ¿Para ser feliz?, pues dinero. El artículo es tan blandito que pretende la felicidad como algo alcanzable para la mayoría. En este artículo y en muchos más, se plantea el positivismo como el camino hacia el objetivo; sin embargo, el positivismo es una filosofía más que un sentimiento. Ya basta de que la botella esté medio llena. Señores, la botella estaba llena en su principio y desde el principio se ha ido vaciando, no llenando. Tratar de hacernos ver las cosas de una determinada manera no construye un sentimiento, lo somete.
Todos podemos reconocer la verdad de las palabras de Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir”. Ahora bien, para ser felices dando hay que ser personas generosas y la generosidad es sacrificada; es decir: para ser feliz la persona ha de reunir unos valores, unas cualidades y unos principios, poner ese tesoro al servicio del prójimo y de ese modo recoger el rendimiento.
En el capítulo 4 del Génesis se cita esta advertencia: “Si te diriges a hacer lo bueno, ¿no habrá ensalzamiento?”.
Dicho de otro modo, para ser feliz, hay que tener buenos sentimientos, y ponerlos a trabajar en el bien de otros. Puede que haya personas que viviendo para sí mismas crean que son felices, o buscan la ventaja sobre los demás porque desgraciadamente eso les proporciona una enorme satisfacción, pero tratar de ser feliz al margen de los demás o incluso a costa de los demás es solo egoísmo, la cualidad que destruye la felicidad.
Habría que desplazar el positivismo y ser capaces de ver la cruda realidad para no tener más remedio que desempolvar la arrinconada generosidad del amor; sí, porque el amor que proporciona la felicidad no se tapa los ojos, ve y se compadece, ve y se involucra. Eso podría ayudarnos frente a esta y a las otras crisis por venir, eso: la felicidad.
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