¿Comunistas?

1 de Noviembre del 2020 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

La lucha por la conquista de derechos laborales y sociales no se puede entender sin la presencia de los sindicatos y partidos políticos de izquierdas desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX. No es una opinión, es historiografía. Igual que no es una opinión las muertes en los "gulags", en los campos de exterminio soviéticos en nombre del comunismo, es Historia.

No soy comunista, nunca lo he sido. Mi compromiso político durante más de medio siglo ha estado siempre del lado del socialismo democrático, de la socialdemocracia. Sin embargo, muchas de las personas más entrañables, decentes y luchadoras que he conocido han sido militantes comunistas. Ellos fueron los más sorprendidos e indignados por las barbaridades que se cometieron en su nombre.

Todo cambió a partir del "Compromesso Storico", impulsado por Enrico Berlinguer en el seno del PCI (partido comunista italiano). Mediante el mismo, el PCI establecía una imprescindible colaboración orgánica e institucional con la Democracia Cristiana y el Partido Socialista Italiano para reforzar las instituciones democráticas a través de políticas reformistas, alejadas de tentaciones autoritarias. ¿Quiénes se opusieron frontalmente al acuerdo? EE UU y la Unión Soviética (vivían felices en la guerra fría). Berlinguer continuó adelante y apoyó externamente al Gobierno democristiano de Andreotti. El experimento acabó de manera abrupta con el asesinato de Aldo Moro, uno de los mayores defensores de las tesis del líder comunista.

Se podría señalar (y esto sí es una opinión) que a partir de entonces los partidos comunistas de Occidente, especialmente los europeos, no solo habían terminado con la tutela soviética, sino también con los dogmas que hasta entonces formaban parte de sus señas de identidad: "Toma del poder por el proletariado", "expropiación de los bienes de producción", "nacionalización de la banca", "abolición de la propiedad privada"... Ya no tenían ningún sentido ni volverían a formar parte de los programas electorales de los mismos y, sobre todas las cosas, lucharían por la defensa prioritaria de los derechos humanos.

Los comunistas se integraban plenamente en el juego democrático, en las democracias parlamentarias y lucharían en las urnas por la defensa de los más débiles con la complicidad y el concurso de las clases medias. En términos políticos e ideológicos, su espacio se situaba a la izquierda de la socialdemocracia y empezarían a beber de las aportaciones de los nuevos movimientos sociales: feminismo, ecologismo, derechos civiles, LGTBI... ¿Competían con el espacio político de la socialdemocracia u obligaban a esta a volver a mirar a la izquierda, después de años de excesivo escoramiento hacia el centro, ahí donde llegaron a gobernar?

En las primeras elecciones democráticas en España, después de la muerte del dictador y como consecuencia de la falta de "cultura democrática" de una mayoría de la población, circulaba el siguiente chiste: ¿A quién me aconsejas votar? Mira, si votas a los comunistas, te quitan todas las vacas; si votas a los socialistas, te quitan la mitad de las vacas; si votas a la derecha, no te las quitan, pero ellos te las ordeñan. Con la llegada de la extrema derecha y con el asentamiento de una sociedad de la inmediatez (lo llaman "sociedad líquida"), de alguna forma hemos vuelto al "analfabetismo político", a las respuestas simples ante problemas complejos. Terreno donde los populismos navegan con seguridad e impunidad. Tres ejemplos claros de ello: Trump, Bolsonaro y Putin, con una herramienta tecnológica potente, Twitter.

El neoliberalismo y la escuela de Chicago hicieron suyo un nuevo dogma, nacido de las reflexiones de Francis Fukuyama, "El fin de la historia y el último hombre" (1992). El nuevo dogma sería el pensamiento único. Las ideologías ya no son necesarias, solo existe la economía. Todo aquel que busque otras alternativas para paliar las desigualdades o busque un modelo social más justo y ecológico es un comunista. El comunismo es otra vez el "coco". De nada sirve que los propios partidos comunistas hayan abjurado de sus obsoletos dogmas o que los socialistas hayan gobernado y gobiernen en varios países europeos (por cierto, los más prósperos en términos de calidad de vida e igualdad) sin que hayan disminuido un ápice las libertades, todo lo contrario. De nada sirve que campaña electoral tras campaña electoral los programas de los partidos políticos de izquierdas hablen de medio ambiente, de salario mínimo, de cómo asegurar las pensiones, de brechas salariales, de mejorar la sanidad y educación públicas y que nada se diga en los mismos sobre dogmas felizmente superados y, sin embargo, la extrema derecha (y en España también la derecha) avientan el fantasma del comunismo como en la época de la guerra fría, sabedores de que los programas electorales no se leen en una "sociedad líquida". Para ellos, 1989 nunca existió.

El actual Gobierno de coalición de España, PSOE/Podemos, acaba de presentar el proyecto de Presupuestos que será debatido en el Parlamento. Son unos Presupuestos que apuestan por una economía expansiva (una especie de "new deal") para salir del desastre que nos va a dejar la pandemia. Son unos Presupuestos de pura ortodoxia socialdemócrata y que además tendrán que ser negociados con otras fuerzas políticas. Volveremos a escuchar por parte de PP/Vox los calificativos de social-comunistas, bolivarianos, chavistas... y demás sandeces que lamentablemente calan en amplios sectores que se alimentan de "cocos".

Más patético, si cabe, es lo que sucede en los EE UU. Trump fundamenta todo su ataque a su rival demócrata en que es socialista y hasta comunista (¡!), la reencarnación del demonio que va a "traer el socialismo a América". Un individuo como Jon Biden, que ideológicamente a duras penas pasaría la prueba del liberalismo, un centrista en el mejor de los casos, que representa el ala más moderada del partido demócrata, en quien la gente con sentido común ve el mal menor para quitarse la pesadilla de estos cuatro años. Para Trump, sus estrategas, la América profunda y los instalados en la "sociedad líquida" es ¡un comunista!

Las palabras ya no representan lo que representaban, ni falta que hace, porque lo que importa es el pensamiento único. Luis García Montero lo ha expresado de manera inequívoca: "Creo que uno de los principales problemas de la realidad mundial es la dinámica de malestar democrático que se ha extendido en nuestras sociedades"... "El malestar democrático se ha aprovechado del desamparo que el neoliberalismo impuso sobre las mayorías a través de unas reglas de juego pensadas en favor de las grandes fortunas. El desamparo provoca miedo y favorece las banderas del odio. Frente al sálvese quien pueda, surgen las tentaciones de unas consignas autoritarias, un nosotros engañoso que funda enemigos allí donde solo hay una parte más del desamparo".

En España, el líder de la derecha Pablo Casado acaba de anunciar "urbi et orbi" su tercer o cuarto viaje al centro. Igual que en su día lo patentó su mentor, José María Aznar. A este le funcionó el eslogan (y consiguió hablar catalán en la intimidad para halagar al "molt honorable corrupto", Jordi Pujol), pero lo único que los sufridos españoles conocieron fue el duro rostro del ultraliberalismo bendecido por la Iglesia más ultra. Ahí está el inefable exministro del interior del PP Jorge Fernández Díaz, que en sus ratos libres condecoraba a Vírgenes y mantenía conversaciones con el Papa Benedicto XVI, quien le había confesado que "el diablo quiere destruir España"... No hace falta decir quién es el diablo.

Es lo que tiene el pensamiento único... todo lo demás ¡es comunismo!

Marcelo Noboa Fiallo

Gijón, 28 de octubre de 2020 (38.º aniversario del primer triunfo socialista tras la muerte del dictador)

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