La necedad antiecológica
Ponderados investigadores sostienen ya inequívocamente que no se trata de salvar al planeta, sino de salvarnos nosotros. Como continuación de tal aserto, la única posibilidad defendible a día de hoy es que no podremos salvarnos si acabamos con el planeta.
Los más pesimistas creemos que ya no hay remedio, ni posibilidad real de frenar a tiempo y aun así todavía nos irrita la ignorancia de la gente. No se trata, como alguna mente mediocre quiere creer, de salvar al urogallo, a la trucha arcoíris o al icneumón, ni siquiera de proteger al oso malo que se come a los niños. Parece mentira que no se quiera entender que todas esas piezas no son más que teselas de un complejo mosaico. Tal es así que podremos arrancar piezas y en apariencia no ocurrirá nada, hasta que se llegue a un punto en el que ese mosaico sea irreconocible.
Equivocadamente se insiste en poner por delante al ser humano frente a cualquier otra consideración. Más corto es el pensamiento de que lo primordial es salvaguardar a los seres humanos ganaderos y persistir en el error de que se deberá por encima de todo legislar nada más que a su favor, quicil; extenderles una mullida alfombra roja para que hagan y deshagan a su antojo como si todo el monte fuera orégano suyo. El ser humano persona es ya el dueño de la vida del planeta, el 90 por ciento de los animales mayores que un conejo son domésticos, el 70 por ciento de las aves del mundo son gallinas. El ser humano persona ganadero necesita 13.000 litros de agua para generar un kilo de carne de ternera, esté o no subvencionado; bien, admitamos hinchazón de datos y pongamos que sean 5.000. Cinco mil litros para una cena familiar, y sin ser argentinos. Y esto lo reconozco con lástima, porque me encanta el solomillo, advierto.
Conseguir un kilo de proteína vegetal requiere cincuenta litros que incluso pueden estar libres de productos fitosanitarios.
Que se ha dislocado el equilibrio ecológico y climático ya sobra discutirlo, los negacionistas pueden persistir en su erre que erre incluso apelando a la caricatura fácil del ecologeta perro flauta fumado, feminista y poco amigo de la ducha, allá ellos, pero ignorantes y todo les va a llegar la ola como a todos, y a no mucho tardar.
Se puede hacer un intento de cambiar los hábitos, por si acaso, o seguir como estamos, metiendo la uña en la fruta del hipermercado como si fuésemos entendidos o molestarse en buscar la procedencia, no porque debamos ser solidarios con los seres humanos agricultores de por aquí, que quizá no lo merezcan, sino por evitar costosos y contaminantes trasiegos mercantiles que además prefieren un Ártico derretido para navegar más y más rápido.
Como detrás de toda esta visión, aparte de fumetas, hay científicos sesudos, aporto la cita de uno de ellos, Callum Roberts, oceanógrafo él: "Es cierto que el golpe le va a llegar antes al pescador filipino que al lineal de supermercados franceses. Pero llegará, a todos nos llegará, y no habrá escapatoria". Y está, agrego, mucho más cerca de lo que muchos creen.
Pero claro, la culpa la tiene el lobo, el lobo feroz. Jua, jua, jua.
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