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Como polvo en el viento

2 de Noviembre del 2020 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

Después de asombrarnos con la portentosa novela, "El hombre que amaba los perros", el escritor cubano, Leonardo Padura, nos vuelve a enganchar, hasta dejarnos sin aliento, a través de más de 660 páginas con su última obra, "Como Polvo en el Viento". Novela valiente y arriesgada porque sus personajes pertenecen a la generación del 59, a la generación de la revolución cubana. Nacieron en la Cuba de Fidel Castro.

Después de asombrarnos con la portentosa novela “El hombre que amaba los perros”, el escritor cubano Leonardo Padura nos vuelve a enganchar, hasta dejarnos sin aliento, a través de más de 660 páginas con su última obra, “Como polvo en el viento”. Novela valiente y arriesgada porque sus personajes pertenecen a la generación del 59, a la generación de la Revolución cubana. Nacieron en la Cuba de Fidel Castro.

Uno tiene la impresión de que Padura utiliza los avatares de los personajes de “El Clan” para poner negro sobre blanco en lo que, sin duda, podría ser la gran novela del exilio cubano o el libro definitivo sobre la diáspora de la isla caribeña. Al menos así la he leído yo, en esa clave. Esta vez, a diferencia de “El hombre que amaba los perros” o “Herejes”, novelas cargadas de críticas al régimen, Padura nos ofrece un retrato demoledor sobre la ruina del régimen cubano, en la que sobreviven los personajes, hijos de la Cuba que los educó, les dio un título universitario, pero luego ha sido incapaz de brindarles un futuro acorde con sus brillantes expedientes académicos y sus compromisos ideológicos.

“El Clan” es, a su vez, el refugio de la fuerza de la amistad y de la solidaridad a pesar de los desencuentros, mentiras y embustes, porque todos están unidos en una suerte de soledad compartida, por un futuro incierto y por un porvenir que siempre llega tarde. La mayoría, finalmente, terminaran en Barcelona, Madrid, Puerto Rico, Miami o New York, menos Clara, el alma del grupo. ¿El “alter ego” de Padura?

1989 es el año que lo marcó todo, tanto para Cuba como para buena parte del resto del mundo: cayó el muro de Berlín, se desmoronó la URSS, revoluciones detrás del “telón de acero”, la revuelta de la plaza de Tiananmen (China), Nicolae Ceaucescu y su mujer ejecutados, Ignacio Ellacuría asesinado por militares salvadoreños y un largo etcétera hicieron proclamar al historiador británico Eric Hobsbawm: “El siglo XX llegó a su fin el año 1989”. En Cuba, además, cayeron las mentiras y se destaparon las corruptelas del poder.

En el verano de aquel año, asistí en La Habana a un congreso sobre atención primaria de salud. Saltó el gran escándalo, Castro fusiló a cuatro oficiales del Ejército, entre ellos a su general más condecorado, Arnaldo Ochoa, acusados de tráfico de drogas. Solo era la punta del “iceberg” de lo que ocurría en las altas esferas del poder. Padura no lo nombra directamente, pero el episodio está presente y afecta a las relaciones de los miembros del “Clan” (por mi parte, me quedé sin poder disfrutar de una buena cena en el Congreso por escuchar cinco horas interminables del discurso de Castro justificando los fusilamientos. Ayuda a entender cómo se mantuvo el “carisma” durante tanto tiempo).

1989 es importante en la historia de la isla caribeña como lo es, años más tarde, la visita de Obama y las expectativas levantadas, justo cuando “sumaban tantas las cosas que escaseaban o habían desaparecido que la gente incluso dejó de echarlas en falta, como si nunca hubieran existido, mientras se malgastaba lo único que abundaba y que, sin embargo, no tenía posibilidades de preservación ni de recuperación y muchas veces ni siquiera de buen uso: el pantano de ese tiempo pastoso, vivido en cámara lenta. Un tiempo empecinado en generar un extendido sentimiento de cansancio histórico”.

Padura continúa viviendo en La Habana, en un barrio modesto, en Mantilla, el mismo en el que nació. Cuando le preguntan la razón por la cual no abandona Cuba, siempre responde lo mismo: “Soy una persona conversadora. La Habana es un lugar donde se puede siempre tener una conversación con un extranjero en una parada de guaguas”. Clara (el personaje central de la obra) acoge a todos en su casa porque no hay mayor placer para ella que la palabra, la solidaridad y la amistad.

En definitiva, una novela cargada de reflexiones sobre los hombres y mujeres que deciden emprender el exilio y las consecuencias del mismo. Una novela sobre el desarraigo, pero donde brilla con luz propia la fuerza de la amistad. Un retrato humano ciertamente conmovedor, quizá porque todo es finalmente “polvo en el viento” y porque su autor es capaz de reflejar la realidad de la sociedad cubana y el drama del exilio sin que prevalezca ningún afán de revancha, ni siquiera la ceguera ideológica.

“Dust in the wind

All we are is dust in the wind

Dust in the wind

Everything is dust in the wind”

(“Kansas”)

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