Decir y hacer, verbos divergentes
Seamos consecuentes. Una cosa es lo que se dice, sobre todo cuando lo que se dice es lo que “se cree” que se tiene que decir, y otra lo que se piensa en realidad.
Al grano. En los tiempos del azote terrorista era de suponer que muchas personas vivían coaccionadas no por el temor al tiro en la nuca, sino por el simple aislamiento social, la amenaza más o menos latente, el temor a la discrepancia pública. Sentirse diana, así, sin más, para que cualquier descerebrado capacitado para elaborar un tosco andamiaje argumental pudiera escupir a la cara su coeficiente intelectual. Quizás haya que vivirlo para dimensionar lo que ello supone, no me atrevo ni a pensarlo.
En aquellos tiempos todos los medios, casi sin excepción, grupos, asociaciones o gente que se consideraba de bien condenaba aquello. Incluso, aunque los amenazados fueran antagonistas ideológicos, se manifestaba cierta hermandad y existía un discurso enfrentado a esa mierda.
A día de hoy, el vicepresidente del Gobierno y una ministra, más sus pequeños hijos, sufren un acoso similar, infatigable, que les persigue en cualquiera de sus actos cotidianos. Organizado, orquestado y aplaudido por una reala de malnacidos y cobardes que, amparados en la impunidad, la laxitud de la ley y su número, campan a sus anchas en el acoso, parece encontrar más apoyos de lo que sería deseable.
No pocos a título personal incluso, aupados a medios y hasta organizaciones políticas, miran descaradamente a otro lado o argumentan en favor de semejante atropello. Sin entrar a valorar siquiera que el motor de todo esto es mera laminación del pensamiento discrepante, ya que ni siquiera se les puede enjaretar un delito, como a otros. Seguramente, el capital argumental de semejante calaña se parecerá bastante al de los abertzales del pasado; esto es, ponen en riesgo nuestra patria, son elementos contaminantes, no son de aquí... cosas así.
Pues, bien, esta es la demostración palmaria de que una cosa es lo que se cree que se tiene que decir y otra lo que verdaderamente se piensa. Perseguir y, si es posible, eliminar al discrepante es deporte con muchos más aficionados de lo que pueda parecer, y no es patrimonio de uno u otro universo ideológico o de creencias, qué va, es simple y llanamente ADN mitocondrial de indeseables bellacos, vísceras de la bajunería más abyecta y una rémora para la civilización a la que algunos aspiramos.
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