España, Sociedad Anónima
Pensemos en nuestro país como una empresa importante, muy importante, que a lo largo de su existencia ha tenido sus presidentes, quienes, con más o menos acierto, la han dirigido durante un tiempo determinado.
Si los accionistas de esa empresa, que somos todos los que votamos, nos “cargamos” al presidente, que casualmente se apellida Rajoy, porque su gestión es deficiente y sus gerentes y delegados son unos corruptos, esos mismos accionistas elegimos por mayoría legal a otro presidente, representante de otro grupo opositor que, no por casualidad, se apellida Sánchez, con la intención y esperanza de que dé el nivel mínimo exigible, y que la inercia comercial de la empresa tome nuevos bríos y cambie para mejor.
Pedro Sánchez “aterriza” (sin Falcon todavía) con un amplio equipo de profesionales para gestionar esa gran empresa. Aunque los sindicatos no están mayoritariamente de acuerdo con los directivos que conforman el equipo, el nuevo presidente se ha reforzado duplicando el número de ministros y asesores de su antecesor, con el fin último de asegurar el éxito y, de paso, meter unos eurillos en los bolsillos de amiguetes y familiares.
Eso sí, a los trabajadores más necesitados les ha prometido una paguita (IMV) para que al menos no molesten y puedan comer conejo en Navidad, como recomendó en 2007 el Gobierno de Zapatero (“una carne sana, ligera, muy apetecible y barata”. Ni solomillo, ni cochinillo, ni cordero, ni ternera... ¡Conejo!).
Ahora, apreciado lector, si también se va a molestar por esto, le recuerdo el menú de Nochebuena 2017, servido a los policías desplegados en Cataluña alojados en Barcelona, en el buque “Rhapsody”: un plato de espaguetis con un mejillón; otro plato con cuatro croquetas y un pescado rebozado; tres panecillos y una botella de agua mineral.
Flagrante agravio comparativo si echamos una ojeada al vigente “The Falcon menú” del Presidente: mejillones, anchoas o berberechos, como entrantes; lubina, merluza, salmón o rodaballo, en los principales, y repostería típica con bandeja de pasteles o varias tartas, como colofón. Servidor no nota ninguna diferencia.
Superada la anécdota, nadie contaba con que, entre otras desgracias (“intrínsecas”, podríamos decir), tuviéramos la mala suerte de encontrarnos con un coronavirus de incidencia mundial que habría de poner a prueba el carácter, profesionalidad y capacidad de nuestros gestores recién elegidos.
Aunque la gravedad (miles de muertos, desastre económico, caos general) no ha llegado a ser tal que nos impidiera dar unas vueltas en helicóptero y Falcon, o tomar el sol en Lanzarote y Doñana, se han ido tomando medidas, las más de las veces confusas, contradictorias y sin consenso, más efectistas que efectivas, que no han surtido el efecto deseado, por lo que la empresa, a la espera del maná de la vacuna y las ayudas internacionales, ha caído con estrépito.
La revista “The Economist”, siempre rigurosa y contrastada, publica un informe aportando datos de 42 países (incluida España) que representan el 73% del PIB mundial y el 71% de la población, y que deja a nuestro país con las vergüenzas al aire:
- Peor gestión mundial de la pandemia.
- Mayor número de muertos por millón.
- Mayor número de contagios por cien mil habitantes.
- Doblamos la tasa de desempleo: 7,4 en zona euro; 15,6 en España.
- El déficit público: 9,2 en zona euro; 12,3 en España.
- La caída del PIB va del 8,4 del área euro al 12,6 en España.
Otro dato: desde que tenemos nuevo presidente, hasta junio (dos años), más de 156.300 empresas han echado el cierre.
La guinda a este pastel, caducado y maloliente, la pone la OCDE: el 30% de los jóvenes españoles entre 25 y 34 años no tiene estudios básicos, frente al 15% del resto de los países.
En esta tesitura en la que batimos todos los récords negativos internacionales, habidos y por haber, si los accionistas decidimos en junta extraordinaria que hay que cesar o despedir a los responsables, tenemos que mirar hacia el presidente y su consejo directivo, que son los que tienen la responsabilidad, cien por cien, de gestionar esta travesía (que para eso les hemos nombrado), y no a la oposición.
Y cobran. De hecho, no han ido al Congreso en semanas y, aun así, han exigido cobrar dietas por desplazamiento (de 350 diputados, solo uno, el socialista Odón Elorza, ha sentido vergüenza y ha renunciado).
Hace unos días, el Gobierno en pleno, ajeno al drama de muchos compatriotas, se acaba de subir el sueldo. Sin excusas.
Saludos cordiales,
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