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Los funcionarios o el enemigo a batir

5 de Julio del 2010 - Mª Jesús Blanco Acebal

Queridos funcionarios, vuestra hora ha llegado.

Y no inspiráis ninguna lástima.

S. Sostres.

Subtítulo: En defensa de unos trabajadores que no se merecen el trato que se les está dando

Destacado: Una inmensa mayoría realiza un trabajo serio y a veces ingrato e infravalorado

Escribo este artículo sabiendo de antemano que me tacharán de ser parte interesada y, por lo tanto, poco objetiva en mis juicios. Y puede que tengan razón, pero vivimos un momento en el que no hay un solo día en el que no aparezca algún artículo en los periódicos a favor o en contra (más bien lo segundo) de este colectivo, al que despectivamente se llama los «funcionarios», y yo quiero aportar mi granito de arena a este debate. En primer lugar hay que distinguir, como la mayoría de mis lectores saben, entre empleados públicos y funcionarios de carrera. Los empleados públicos son éstos últimos, con destino ya definitivo y también aquellos que no lo tienen, como los interinos, así como todos los que temporalmente trabajan para el Estado, nombrados para la ocasión, pero sin haber accedido a su plaza por oposición como los funcionarios de carrera. Además están los laborales y los eventuales, que también son empleados públicos pero no funcionarios. ¿Por qué los meten a todos en el mismo saco? Se habla mucho y mal de los funcionarios, pero lo que nunca se dice es que para conseguir ese trabajo, que seguro que tanto molesta a sus detractores –y del que no se suelen quejar cuando obtienen beneficio–, han tenido que sacar una oposición con mucho esfuerzo y, muchas veces, no pocos años de trabajo duro sin compensación económica ni garantía alguna de alcanzar su objetivo (que les pregunten a los jueces, abogados del Estado o profesores que obtuvieron su plaza entre cientos, a veces miles de competidores), y la inmensa mayoría de esa «plaga» (Salvador Sostres dixit) desempeña su trabajo (policías, guardias civiles, bomberos, profesores y médicos de la enseñanza y la sanidad públicas, por citar algunos) con toda entrega y dedicación, con salarios que en muchos casos son de mera subsistencia, y que no parecían envidiar hace unos meses quienes, con una formación escasa, obtenían retribuciones en el sector privado muy superiores a las del funcionario mejor pagado. Y ahora los tachan de aprovechados, de poco generosos y de ser una clase privilegiada entre tanto parado y tanta crisis.

La situación económica es pésima, pero no la han desencadenado ellos, sino más bien al contrario. Los funcionarios llevan años –muchos de ellos de bonanza económica– con subidas salariales miserables, viendo cómo se reduce su poder adquisitivo y sin rechistar. Son la presa más fácil en situaciones de crisis, ya lo ven ahora; ¿de dónde se recorta?: de los sueldos de los funcionarios, que para eso tienen el trabajo seguro. Pero no oigo con demasiada frecuencia denunciar, a los que ahora se ensañan con ellos, despilfarros tales como las enormes subvenciones que se dan sin garantías (a las energías renovables, por ejemplo), los sueldos y las indemnizaciones millonarias que se dieron hasta hace muy poco a los (muchos de ellos muy jóvenes), prejubilados de empresas públicas y deficitarias y que pagábamos todos, los cientos de asesores, cargos a dedo con retribuciones que en nada se parecen a las de los funcionarios, las subvenciones a los sindicatos que suben como la espuma aun en tiempos de crisis y el dispendio general que hoy predomina entre los políticos con sueldos, y sobre todo, dietas y privilegios diversos que ningún funcionario, aun el de mayor rango, podría soñar.

Por último, no quisiera dejar de reivindicar, precisamente por ser un colectivo que conozco bien, el esfuerzo de la inmensa mayoría por trabajar cada día mejor cada uno en su puesto, por solucionar un problema administrativo, por conseguir que un alumno aprenda o que un enfermo se cure. Nadie es perfecto y entre los funcionarios, como en todos los grupos humanos, hay una minoría que no se merece formar parte de él. No los condenemos por eso. Son muchos más los que realizan un trabajo serio y a veces ingrato e infravalorado. No se merecen el trato de vagos e insolidarios que se les está dando. Aunque sólo sea por la inmensa mayoría que no lo son.

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