De la ciudad al campo
El ser humano ha evolucionado de los árboles a las cuevas, colonizando cualquier lugar por muy remoto que parezca. Se ha vestido y alimentado de lo que producía el campo, largo tiempo ha derramado su frío sudor en tan extensa piel, a veces entre su frondoso pelaje recubierto de espigas de trigo, otras bajo las ramas de los olivos. Con el tiempo, aparecen las máquinas de vapor, llega la industrialización y la mecanización. La gente casi en estampida se empiezan a congregar en torno a los núcleos urbanos. Llegan las guerras, la política de la Unión Europea, y el ecosistema ganadero y agrario se destruyen. La gente vuelve a acumularse bajo el manto de la cómoda ciudad, donde nunca falta nada. Pero llegado a este punto, donde tenemos más que claro que las masificaciones de personas son totalmente contraproducentes, véase los efectos de la pandemia, deberíamos volver al campo. En las cómodas ciudades ya se están implantando cada vez más robótica, tecnologías que prometen desplazar al ser humano, aún más. La salvación a todos los males sería un Plan Marshall enfocado al campo, y no precisamente para industrializarlo sino para desintoxicar a las ciudades a la vez que se practique una autentica y rigurosa cultura ecológica. De esta forma, la masificación sería menor, el campo te daría de comer, y además generaría una auténtica revolución donde todo el mundo tendría algo que hacer. Tarde o temprano tendremos que elegir entre ciudad y calamidad, o campo y comida.
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