Ni tú ni yo, mejor nosotros
El 11 de julio del 1979 mi abuelo me dio un beso en la frente antes de ir al hospital y ya nunca más volví a verlo. Aquella mañana se había levantado con un fuerte dolor en el pecho, fue al médico, volvió a casa, comió una sopa, me dio un beso en la frente, y se marchó al hospital con mi abuela. Sufrió un infarto en Ventanielles, le ingresaron y los médicos no permitieron que mi abuela se quedase en el hospital con él. La mañana del 12 de julio nos levantamos con la noticia de que un segundo infarto nos había arrebatado a mi abuelo para siempre. Mi abuela no pudo despedirse de él. Yo tenía 8 años y no podía asimilar que aquello no tenía solución, que no volvería a ver a mi abuelo.
La vida puede cambiar de un momento a otro. Si teníamos alguna duda, eso ya nos lo ha demostrado el covid. De la misma forma, la vida de mi familia cambió aquel 12 de julio. Ese mismo día el caserío de mis abuelos se inundó de vecinos. Unos traían comida, otros venían a ordeñar las vacas, a segar, otros a compartir nuestro dolor, a lo que hiciera falta. Me sorprendió ver allí a gente que sabía tenía cierta animosidad hacia mi familia, pero incluso ellos repetían aquello de "aquí estamos para lo que necesitéis". Y es que en los pueblos hay rencillas, y muchas, pero la gente de bien no conoce de rencillas cuando su vecino sufre. Aquella inesperada pérdida fue toda una lección de vida, dura y difícil, pero una lección que nunca olvidaré. Ese día, con 8 años, entendí lo que significaba pertenecer a una comunidad, cómo cada uno de nosotros somos parte de un engranaje perfecto que hace que las cosas sigan funcionando. Entendí que no estamos solos, que todos somos valiosos en esencia, y que nuestros vecinos son nuestra familia.
La generación de mi abuelo fue una generación que sobrevivió la Guerra Civil, que pasó necesidad, y que se deslomó trabajando para que nosotros tuviéramos una mejor vida. Pero aún más importante es que fue una generación que nunca perdió el sentido de comunidad. Fueron la generación, junto con la de mis padres, que reconstruyó una España gris y en la miseria. Y eso se logró gracias al esfuerzo colectivo, a la superación de los individualismos, y a entender la "familia" en su sentido más amplio. Cierro los ojos y puedo verme preguntado a mi abuela: "¿Qué hace toda esta gente aquí?". Y a ella respondiéndome: "Lo mismo que tu abuelo ha hecho por ellos y haría por ellos". Y es que eso es España, una gran familia, una comunidad que necesita de todos nosotros, incluso de aquellos que, desafortunadamente, nos encontramos tan lejos de nuestra querida España.
España está viviendo unos momentos tremendamente difíciles. La situación económica del país es penosa, el covid se está llevando a nuestros seres queridos, el país se desmiembra por interesados movimientos separatistas, tenemos unos políticos ineptos, y la lista sigue y sigue. Somos un país que sabemos autodestruirnos como nadie, nos fagocitamos y luego nos reconstruimos. Nos autodestruimos cuando pensamos en el "yo" y no en el "nosotros", y solo nos recuperamos cuando tocamos fondo y vemos que sin el "nosotros" no hay "yo". No esperemos a tocar fondo para ayudarnos los unos a los otros, es imprescindible que todos actuemos de forma responsable para protegernos y proteger a los que nos rodean del covid. Solo así se podrá reasumir la actividad económica y evitar la ruina total del país, una ruina que a día de hoy parece inevitable. Que nadie espere que los políticos nos den la solución, no lo harán, no la tienen, y su ego les impide ver lo obvio. La solución a la situación actual está en cada uno de nosotros.
Hoy, 41 años después el fallecimiento de mi abuelo, quiero darles las gracias a todos aquellos que nos ayudaron en tan duros momentos y que me enseñaron lo que significa ser parte de algo más grande. Hoy, aquel "aquí estamos para lo que necesitéis" cobra un nuevo sentido y es la única vacuna de la que disponemos contra el covid. Hoy, como todos los días desde hace 41 años, puedo sentir el último beso de mi abuelo, sus abrazos y la felicidad que me daba estar con él. Hoy, miro al cielo y me invade una gratitud infinita por haber sido tan querida y haber aprendido tanto a su lado. Gracias, güelín.
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