La calle de Don Inda, un despropósito monumental
La señora Taboada, jurista, padece la deformación profesional del abogado defensor, al que le está permitido presentar únicamente las circunstancias que son favorables a su cliente, evitando las que no lo sean. Pero la señora Taboada no está actuando ante un tribunal; no está en el Ayuntamiento como abogado defensor, sino como representante de los ciudadanos y, como tal, es su obligación ser objetiva y honesta, juzgando los hechos como son realmente y no como su ideología o su interpretación partidista de la memoria histórica los contempla.
Recuerda nuestra anterior vicealcaldesa que Indalecio Prieto dijo en La Habana que no predicaría una política de odios en España, en la misma línea que hace pocos días siguieron dos historiadores socialistas cuando destacaron un discurso de Prieto en el que pedía piedad con el enemigo. Es decir, se han propuesto presentar a este individuo como la Teresa de Calcuta de la izquierda republicana española de los años treinta.
Como estoy seguro de que la señora Taboada conoce perfectamente el currículum del señor Prieto, tengo que concluir que su ideología radical le impide contemplar la realidad tal como es. No voy a volver a destacar los numerosos desafueros cometidos por el Sr. Prieto, denunciados ya demasiadas veces en estas mismas páginas, que revelan que una cosa es predicar y otra dar trigo y que lo que le encantaba a don Inda, según parece, era aquello de a Dios rogando pero, sobre todo, con el mazo dando. Sin embargo, de todos esos desafueros tengo que destacar, una vez más -porque la ciudad de Oviedo fue el epicentro de la catástrofe-, la revolución socialista de octubre de 1934, que dirigió personalmente Indalecio Prieto. En el resto de España, la revolución, aunque sofocada por el Gobierno republicano con extremada dureza, desde luego, fue pronto olvidada porque los desmanes cometidos en nuestra ciudad no afectaron al resto de los españoles. Pero Oviedo fue arrasada y saqueada por los revolucionarios, y fue la única ciudad de España que fue arrasada y saqueada durante la Revolución. Siendo esto así, que la señora Taboada, ovetense, supongo, insista ahora en que se mantenga una calle en Oviedo, precisamente en Oviedo, al responsable, convicto y confeso, de los destrozos y asesinatos cometidos en la ciudad es, sin duda, insólito, inconcebible, disparatado, tan disparatado como considerar al organizador de aquella revolución, de aquel intento de golpe de Estado, un defensor de la democracia, como la señora Taboada sostiene.
Termino dando gracias a Dios porque iluminó a mis padres cuando, en septiembre de 1936, decidieron rechazar una invitación para refugiarse en el sótano que decían más seguro de Oviedo, en la calle de Caveda, donde al día siguiente un avión del piadoso Sr. Prieto (era el ministro del Aire del Gobierno de la República) lanzó una bomba que causó la muerte a 120 personas, con familias enteras desaparecidas, niños incluidos: uno solo de los numerosos episodios acaecidos durante los quince meses que duró el ataque sobre la población civil de Oviedo y que puede la señora concejala añadir a los méritos del señor Prieto para que sea distinguido con una calle de la ciudad. Obviamente, de haber sido aceptada aquella invitación, Sra. Taboada, no estaría yo escribiendo este comentario.
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