El bien y el mal
Parece que con el bien y el mal sucede como con el blanco y el negro, que enseguida hay quien sostiene que las cosas no son tan expeditivas; hay matices... grises, o que agrisan el blanco y el negro. Al final se trata de que no debe haber luz y oscuridad, más bien lo que sea no ya políticamente correcto y conveniente para no asustar a las masas, sino lo que no estorbe los intereses de cada interesado con acreditación, persona, partido o clan.
Así nos va, agrisando hasta lo más profundo del alma, lo más valioso de nuestro espíritu.
Si usted que me está leyendo siente que el sistema se está tragando sus sueños de honor, la gloria de la verdad blanca, la visión responsable de la negra realidad sin hipocresía, el juicio imparcial que no está sometido a conveniencias, y que ya le han dado tortas hasta en el carné de identidad por no alienarse, por favor, sea mi amigo, aunque nunca lleguemos a conocernos en lo físico, yo lo necesito, necesito saber que hay siete mil rodillas que no se han doblado ante Baal, necesito saber que quedan seres humanos a los que admirar, nobles, auténticos, sinceros, valientes y sacrificados, generosos, humildes, buenos, amables, educados, corteses... porque hoy están orillados por los nuevos modelos de sociedad, sin salida, sin promoción para su excelente ejemplo, sin premio, sin incentivo, a no ser esas palabras póstumas, que ya no comprometen, políticamente correctas que ya no ayudarán.
Yo tengo, sin embargo, un premio, una buena noticia para vosotros: “Has amado la justicia y odias la iniquidad. Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con el aceite de alborozo más que a tus socios”. (Salmos 45:7) Disfrútalo y... compártelo. El virus que transmite es maravilloso.
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