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A mi queridísimo primo Enrique

8 de Noviembre del 2020 - Luis Carlos Méndez Fernández (Tapia de Casariego)

Tuvimos una infancia muy feliz en mutua compañía. Recuerdo en la más tierna infancia venir desde el faro de Tapia y pasar por el bar Cantábrico a recogerte para ir juntos a la escuela de párvulos. Pronto, por imperativos de la vida, te tuviste que ir a Avilés, pero tu origen lo tenías muy marcado: tu querida Tapia de Casariego, a la cual siempre regresabas en cuanto podías y sin faltar cada verano.

Cuántas vivencias juntos, jugando, yendo al cine, pescando, remando, en bicicleta, de fiestas y romerías, etcétera.

Tu mayor afición siempre fue la pesca. Te valía pescar cualquier cosa, incluso pescabas cantidad de muiles de alcantarilla, que no sabías qué hacer con ellos. Yo te tomaba el pelo diciéndote que con esa pesca nunca sacabas el “cheiror” (mal olor) de encima. Todo lo relacionado con el mar siempre te apasionó. Cuántas veces fuimos al “pelín” (ocle) para sacar unos cuartos que costearan nuestros vicios infantiles. Después de secar en el muelle esa codiciada alga, que nos proporcionaba la mayor fuente de ingresos, la llevábamos a vender en sacos cargándolos en una bicicleta. Recuerdo las tardes que nos llevó recortar unos eslabones de la cadena de la bicicleta para que no saltara en los piñones, y lo conseguimos, siendo unos niños. Otra gran afición tuya era el remo. Cuántas jornadas juntos e incluso en tripulación contraria, pero siempre sin separarnos.

Después de tantas mordeduras de “andaricas” y “zampeñas”, y otros muchos avatares de la vida, tuvo que ser ese otro maldito cangrejo el que te apartara de nosotros.

Hace tan solo una semana, estuvimos hablando un buen rato por teléfono, lo feliz que te encontrabas aun sabiendo el inminente y fatal destino que te esperaba. Fuiste capaz incluso de darme ánimos a mí. Estabas en compañía de tu querida Maite, que, la verdad, se lo merece todo, pues siempre supo estar contigo en los momentos más difíciles, a pesar de muchas vicisitudes por las que hubierais tenido que pasar. Muchas gracias a ti, Maite, por todo.

Enrique, supiste llevar con gran entereza y dignidad esa maldita enfermedad, con una tranquilidad asombrosa, a pesar de ser plenamente consciente de tu situación. Desbordabas mucho cariño, eras una persona sencilla y humilde, de fácil conformidad, que te hacías querer. Siempre sacabas unas risas. Como anécdota particular, siempre te jactabas de que yo era más “viejo” que tú (lo cual era cierto, te llevaba tres días). Te puedo decir que eras una persona muy querida por mucha gente, además de la familia, y que, aunque no nos viéramos con la frecuencia que hubiéramos querido, te vamos a echar mucho de menos, y tu ausencia será irremplazable.

Primo Enrique, me hubiera gustado estar en tu último adiós, pero las circunstancias actuales no lo permiten. De todo corazón sí estaré presente. Muchas gracias por haber compartido alguna parte de tu vida y por tu sincera y entrañable amistad. Siempre te quise y nunca te olvidaré. Hasta siempre.

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