El problema de la inmigración incontrolada
Hoy voy a tocar un tema que estoy seguro me va a costar el ganarme más antipatía que empatía. Aun así, voy a asumir ese riesgo. Antes de empezar a exponer lo que considero que estamos haciendo mal, debo decir que yo fui uno de los muchos miles de emigrantes a Europa en la década de los sesenta del pasado siglo, concretamente a Alemania, y que tal situación me lleva a ponerme, en cierto modo, del lado de cuanto inmigrante me pueda encontrar por las calles de mi barrio y resto de este Gijón, en el que resido desde hace cincuenta años y en el que me considero un gijonés más.
Dicho lo anterior, y a la vista de lo que está pasando, creo que, tanto desde los medios de comunicación en general como desde quienes tenemos la costumbre de dedicar parte de nuestro tiempo libre a tratar de publicar nuestras inquietudes en esta tribuna que LA NUEVA ESPAÑA nos ofrece a los lectores, deberíamos empezar a darle más cobertura informativa al problema que desde hace un tiempo se nos está viniendo encima, sin que, según parece, a nuestros actuales gobernantes les preocupe o se den por enterados. Me refiero al flujo, cada vez mayor, de inmigración clandestina que nos está llegando desde África, vía marítima, a las costas andaluzas, y de manera especial a las costas canarias. Da la impresión de que hay un pacto de silencio respecto a este problema; los medios de comunicación lo tocan de pasada, y los medios gubernamentales parece que están a otra cosa y que esto no va con ellos.
Esto mismo que nos está pasando ahora a nosotros primero lo sufrieron los griegos y luego los italianos. Ahora que, según parece, esos dos países endurecieron los controles de sus fronteras marítimas, las mafias que hacen “el agosto” a costa del sufrimiento de miles de africanos huyendo de la miseria e incluso de las guerras y persecuciones políticas, pues han acabado encontrando un coladero para sus deplorables negocios a través de nuestras costas.
Para empezar, todo mi respeto hacia esas pobres gentes que se juegan la vida y se arruinan por huir de sus lugares de origen y pagar precios abusivos a las mafias por pretender llegar a un “lugar mejor”, lugar totalmente incierto y falso. Nuestro país nunca tuvo capacidad ni supo dar un medio de vida a sus propios ciudadanos; siempre fuimos carne de cañón para disfrute de otros. Aún hoy lo seguimos siendo. ¿Cómo alguien en su sano juicio puede creer que esas gentes van a poder encontrar solución a sus problemas en nuestro suelo, cuando no sabemos dar solución para los problemas de empleo y supervivencia de nuestra propia gente? Esto, a bien corto plazo, nos va a generar graves problemas de convivencia, y si no, ¡al tiempo! El ser humano amanece cada día con unas obligaciones que cumplir consigo mismo, y si no las encuentra por vía legal, por muy bueno y honrado que quiera ser, acabará por recurrir a encontrarlas por vía ilegal. Tomemos consciencia de esto, no es algo baladí, especialmente nuestros gobernantes, que son quienes tienen en sus manos el poder, si no de dar solución al problema, al menos de intentarlo, pero parece que están mirando hacia otra parte. ¡Esperemos que se den cuenta a tiempo!
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