Cosas antiguas y su prevalencia
Mi afición por la Biblia me ha producido mucho rechazo, pero cuando alguien sí me acoge me alegra el día, y si hoy estoy aquí se me alegrará la semana entera. La afición de Irene Vallejo por los clásicos le estará dando alegrías estos días, y, aunque no creo que haya recibido rechazo por su afición, al menos hay que reconocer que no es fácil competir con el virus en este momento.
Felicidades, Irene; los clásicos no incomodan, han quedado ahí entre las piedras, como los santos y vírgenes a los que están dedicados los templos -es al menos curioso que no haya ninguno dedicado al Dios de la Biblia en toda la Cristiandad-; bueno, pues lo que queda es la tradición o el costumbrismo que se viste de espiritualidad. Los templos podrían convertirse en hospitales si esto sigue así. Al fin y al cabo, Dios no los habita, y justamente es Pablo quien lo dice a los atenienses en el Areópago. Los griegos clásicos habían dedicado muchos templos y altares a tantos dioses que hasta tenían un altar a un “dios desconocido” (Hechos 17:22-31).
Hoy puede pasar lo mismo, se sitúa en un altar a los supuestos intermediarios, dejando que Dios mismo sea el gran desconocido. Si leemos en el Éxodo veremos que cualquier representación le ofende, y si leemos la carta de Pablo a Timoteo entenderemos que solo tiene un mediador: Cristo Jesús, nadie más (1 Timoteo 2:3-5). Un mediador que tampoco debe recibir adoración. Él mismo dice a María Magdalena, una vez resucitado: “Asciendo a mi Padre y Padre vuestro y a mi Dios y Dios vuestro” (Juan 20:17).
Todo esto es tan antiguo como aquella cultura griega, solo que ella y sus dioses pasaron, pero el Dios que gobierna el universo todavía espera por amor a que nos interesemos en Él, antes de que este sistema presente termine al borde de la extinción por mano humana, y venga a nosotros el reino -gobierno- de Dios, en la Tierra, para que por fin se efectúe la voluntad de quien nos ha hecho. Maravilloso, ¿no?
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