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¿La sombra del Presidente es alargada?

10 de Noviembre del 2020 - Ramón Alonso Nieda (Fuentes-Parres (Arriondas))

Depende. Adolfo Suárez, presidente del 76 al 81. Su mujer, Amparo Illana, licenciada en Derecho, llevaba mal la exposición mediática. El cargo de su marido solo le reportó sinsabores. En el 96, ya enferma, la Asociación Secretariado Pro Gitano la distinguió con el premio “Romi Lachi”, mujer buena.

Calvo-Sotelo, presidente del 81 al 82. Su mujer, Pilar Ibáñez, licenciada en Filosofía y Letras, no ejerció: “Una familia bien atendida exige mi presencia en casa”. Sobre todo si se tienen ocho hijos. La dedicación a la familia no le impedía pensar que “la política es un mundo apasionante tanto para las mujeres como para los hombres”.

Felipe González, presidente del 82 al 96. Su mujer, Carmen Romero, profesora de Lengua y Literatura, ejerció hasta el 87; después fue diputada por Cádiz y, divorciada ya de Felipe, eurodiputada. “Nunca me sentí una primera dama”.

José María Aznar, presidente del 96 al 2004. Su mujer, Ana Botella, técnica de la Administración Civil del Estado (los TAC, cuerpo de élite, semillero de altos cargos). Desde el 2003, concejala en el Ayuntamiento de Madrid; del 11 al 14, alcaldesa.

José Luis Rodríguez Zapatero, presidente de 2004 a 2011. Su mujer, Sonsoles Espinosa, licenciada en Derecho, impartió clases de Música. “La mejor virtud de la soprano Sonsoles Espinosa, casada con un político y abogado llamado José Luis Rodríguez Zapatero, es que no se sabe nada de ella que esté relacionado con la actividad de su marido”.

Mariano Rajoy, presidente de 2011 a 2018. Su mujer, Elvira Fernández, economista, pidió la excedencia en Telefónica cuando su marido alcanzó la Presidencia.

Pedro Sánchez, presidente desde 2018. Su mujer, Begoña Gómez, estudió Marketing en una academia. “Experta en captación de fondos; una labor con la que está completamente comprometida”. Relajando los corsés legales que condicionan el acceso a la enseñanza universitaria, la acaban de nombrar directora de una Cátedra Extraordinaria; impartirá enseñanzas de “tercer grado” cuando carece del segundo (licencia). La cátedra estará arropada por un “think tank” y un consejo asesor. La noticia coincide con la suspensión en España de toda actividad no esencial y cuando en Asturias se agotan los equipos de protección para el personal sanitario. Se hunde el “Titanic” y a Begoña la nombran directora de la orquesta. Sin escatimar presupuesto.

Insólito es el caso Iglesias-Montero, ministra ella, vicepresidente él. Cuál de los dos asombra o ensombrece al otro. Refractarios al asombro, arguyen sus secuaces que en el binomio de Galapagar no hay sombra de nepotismo. Cada miembro/a ocupa el lugar que le corresponde por méritos propios. “Tanto monta, monta tanto Irene como Pablo”. Atengámonos al protocolo que veníamos siguiendo.

Pablo Iglesias, vicepresidente tercero. Su mujer, Irene Montero, licenciada en Psicología, sacrificó un proyecto de tesis a su vocación política. Trabajó un año en una tienda. En la presentación de la moción de censura a Rajoy, de U-Podemos, Irene “brilló con luz propia”, hasta el punto que algunos dijeron: “Ha nacido una estrella”. “Su discurso contiene alocuciones simples pero incisivas, alternando un tono contenido con uno acelerado y subido de decibelios”. Una Pasionaria de tercera generación. Pablo, proclive a echar la lengua a pacer, había soltado en La Sexta a propósito de Ana Botella: “Es la que encarna ser ‘esposa de’, ‘nombrada por’, sin preparación. Una mujer cuya única fuerza proviene de ser esposa de su marido”. Lo que le valió esta réplica en Twitter: “Pablete ¿De quién estás hablando, de Ana Botella o de Irene Montero?”.

Conclusión: la serie de parejas presidenciales dibuja, en conjunto, una trayectoria ejemplar; la luz cenital de la honradez no proyecta sombra. La sombra proyectada está en proporción inversa a la altura moral del personaje. Si la de Pedro y la de Pablo son alargadas, será que su moral tiende a cero, si no anda por los suelos. Ellos, que venían a regenerar. ¿No es asombroso?

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