Abuelos, padres, hijos, el roble y el ciprés
Hoy La Tacita es toda ella un recordatorio de recordatorios. Hace muchos años, muchos, muchos, un grupo de progenitores fue a visitar a un viejo y sabio maestro al que pidieron que les hablara de los hijos, respondiéndoles aquel anciano que los hijos y las hijas no pertenecen a sus padres, sino al anhelo de la vida siempre con deseo vehemente de perpetuarse. «Por medio de vosotros», les dijo, «se conciben, más no de vosotros. Y aunque estén a vuestro lado, no os pertenecen: podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos. Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas, porque sus almas habitan en la casa del futuro cerradas para vosotros, cerrada incluso para vuestros sueños. Podéis esforzaros por ser como ellos, pero no tratéis de hacerlos como vosotros, porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer. Ni el roble ni el ciprés crecen el uno a la sombra del otro. Y ya vemos qué sanos e independientes se desarrollan».
Amables lectores, estos días este escribidor está repasando y repasando el caminar de Melina Mercuri. De su libro «Nací griega», queremos recordaros alguna de sus primeras líneas: «Él amaba a sus hijos y se preocupaba por ellos. Yo adoraba sus abrazos y sus besos. Él sentía inmenso cariño por mí. Hizo que mi niñez fuese muy dichosa. Él era mi abuelo».
El arriba firmante ha tenido un abuelo como el de Melina Mercuri. Mientras vivamos, lo tendremos en nuestro corazón. Y cuando uno se vaya a su estrella, también.
Despedida y cierre. Adiós.
Érase una vez...
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