Siempre listos para echar una mano
Leo en la prensa que Aragón registra 113 suicidios al año. Son los registrados aquí de esa pandemia oculta, que crece en todo el mundo –800.000–, pero no he encontrado registro de los que lo intentan. Hay que vigilar a los que tenemos cerca porque la pandemia vírica ha provocado más depresión, ansiedad y estrés, por el miedo, el distanciamiento físico y la desesperanza.
Al parecer son los adolescentes, los mayores y los que ya arrastraban algún trastorno las principales víctimas. Sé por mi amigo José Mari –bombero ya jubilado– que tanto bomberos, Policía, y medios de comunicación procuran ser escuetos en la información por el peligroso “efecto llamada” que puede tener en algunas personas, especialmente en los jóvenes.
Está la familia y los tratamientos médicos, pero, no obstante, también es útil que todos tomemos conciencia de la necesidad de estar alerta, por si podemos hacer algo. Cada intento es una manera de reclamar ayuda y atención. ¿Quién estará a su lado para brindárselas antes de que sea demasiado tarde? El temor y la insensibilidad de la sociedad pueden llevar a los jóvenes vulnerables al borde del suicidio. Shakespeare escribió: “El Amor consuela como los rayos del sol después de la lluvia”. La Biblia dice: “El amor nunca falla” (1 Corintios 13:8).
El problema de los jóvenes proclives al suicidio está ligado a esta cualidad. Los jóvenes tienen, por lo general, una necesidad imperiosa de sentirse amados y aceptados. The American Medical Association Encyclopedia of Medicine explica: “Los suicidas normalmente se sienten terriblemente solos; lo único que a veces se necesita para evitar el acto de desesperación es la oportunidad de hablar con alguien comprensivo y compasivo”. Con el consuelo que Dios mismo nos brinda, quizá podamos hacer algo si hay oportunidad. “Él nos consuela en todas nuestras pruebas para que nosotros podamos consolar con el consuelo que recibimos de Dios a los que están sufriendo cualquier clase de prueba”. (2 Corintios 1:3,4).
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