Sorprendentes exalumnos en Noreña
En estos meses de confinamiento, entre otras cosas, volví a leer “El Gatopardo”. Y, como al príncipe Fabrizio, me extrañó la frase de Tancredi: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Al príncipe le pareció una tontería y, a la vez, la negación de toda tontería. Pero esta frase no pierde, a lo largo de la novela, su fuerza iluminadora. Y explica muy bien la experiencia propia del príncipe.
Pero no creo que nadie hoy quiera que las cosas sigan como están. Más bien, espera que se vayan transformando radicalmente muchos comportamientos. Sin meterme a filósofo de la historia ni en otros berenjenales, solo quiero deciros que para mí la historia no es circular, como pensaban los griegos; ni perfectamente lineal, como creen otros. Más bien me parece espiral muy a su manera. Pero no es este el momento para meterme en estos vericuetos.
Días después de esa lectura (lo único bueno que me trajo este confinamiento), me entretuve con el portal Noreña 68 en el que trabajan muchos de mis exalumnos de la Villa Condal de Noreña. Fue un feliz hallazgo. Es un grupo muy numeroso de antiguos alumnos del instituto. Vivieron su adolescencia allá por el 68 en una Asturias también un tanto incrédula, escéptica y confusa. Y, como muy bien hoy sabemos, fueron años en los que cambiaron muchas cosas. Y no todo volvió a ser igual (aunque aquí habría que matizar más). Sin embargo, permanecieron muchas cosas, y ellos supieron coger siempre el tren a tiempo.
Hoy estamos viviendo una gran crisis a escala mundial. Y son muchos los que están convencidos de que esta crisis provocará transformaciones de orden político, económico, social, cultural y hasta religioso. Más aún: pensamos que las desigualdades, el egoísmo, el racismo, el debilitamiento de la sanidad y de la educación, el consumismo, no pueden continuar como hasta ahora.
Y volviendo a los exalumnos de Noreña que tantos cambios han vivido, me sorprende y me emociona a la vez aquella su noble solidaridad que aún mantienen. El gran neurólogo António Damásio dice que “sentimiento y razón se encuentran indefectiblemente unidos en un abrazo reflexivo. Uno de los seres, los sentimientos o la razón, puede salir favorecido en ese abrazo, pero siempre implica a ambos”. Y recuerdo esto porque veo que estos exalumnos de Noreña saben mantener una noble y ejemplar humanidad. Supieron, sin caer en ilusiones reductoras, lo que debía cambiar y que, por otra parte, la vida humana y la reverencia para con ella son un valor supremo. El reencuentro con este grupo es la más emocionante lección que he recibido en estos últimos tiempos.
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