Reflexiones de un cirujano sobre la mascarilla
Recuerdo la decepción que sufrí con la Organización Mundial de la Salud (OMS) por su tardanza en adoptar el término "pandemia" y la sensación que me causaba la distorsionada información sobre el covid-19 que se nos iba presentado al comienzo de la epidemia. A falta del rigor científico en los prolegómenos, la intuición profesional nos advertía que el problema era muy grave y, semanas antes del primer confinamiento, durante el mes de febrero, me planteaba y exponía a algunos colegas y amigos si era necesario abastecerse de alimentos para atrincherarse y prevenir un posible "corralito" por si lo que se nos avecinaba era tan terrible como parecía.
Como cirujano, sin los conocimientos ni el rigor de un internista o un epidemiólogo, chirriaba en mi mente el poco valor que se le daba a algo tan totémico y consustancial con mi profesión como es la mascarilla. Se la relegaba a algo secundario o simplemente recomendable y así lo escuchamos tanto por parte de mi compañera de estudios la Dra. Neira, de la OMS, o del propio Dr. Simón en sus frecuentes comparecencias.
El virus, similar a un virus catarral aunque con mayor morbimortalidad, parecía tener un contagio aéreo y sin embargo se insistía más en la desinfección de objetos y en el lavado de manos, algo que evidentemente es importante y nunca está de más en la higiene, incluso cotidiana. Yo recordaba cuando en la Facultad de Medicina nos hablaban de las gotitas de Flügge, descubiertas ya en el siglo XIX por un bacteriólogo alemán. Dichas gotitas de saliva eran capaces de vehicular y proyectar virus y bacterias hasta 15 metros. Revisé algo de bibliografía actual y encontré artículos en los que se observaba que por lo menos podían lanzarse a 8 metros. Paralelamente se admitía por las autoridades una distancia social de seguridad de un metro y medio, a partir del cual parecía no precisarse la mascarilla y sin diferenciar claramente lo que era respirar, hablar o toser y con estudios sobre carga viral quizás poco rigurosos y sin darle suficiente importancia a las mencionadas gotitas y a los posteriores estudios de aerosoles. Recuerdo escuchar en la radio decir que el virus no se contagiaba por el aire y yo, indignado, me preguntaba: ¿por dónde si no?
Sin embargo, se empezaron a ver poblaciones de Alemania, España y otros países cuyo alcalde había facilitado la mascarilla a toda su población y también en residencias de ancianos en las que la habían impuesto masivamente habían conseguido cifras de contagio próximas a cero. A nivel personal me dediqué a promover la mascarilla en mi entorno familiar, de conocidos y pacientes, y también en supermercados o establecimientos hosteleros, donde muchos trabajadores contactaban con mucha gente y a los que sus jefes les decían que Sanidad no la consideraba prioritaria.
Gracias a la evidencia científica la mascarilla fue poco a poco cogiendo protagonismo por parte de las autoridades hasta hacerse casi obligatoria, aunque ciertamente tarde. Y digo casi pensando en niños, comensales, deportistas, etc. que no precisan portarlas legalmente. Después de demasiados meses y con la oportunidad de analizar los brotes previos a esta segunda oleada muchas otras evidencias aparecieron, como los estudios que revelan la escasez de contagios en dentistas, en los aviones, en eventos culturales y en otras actividades, en contraposición con la alta incidencia de brotes en eventos que requieren bajarse la mascarilla como son los contactos familiares o de amigos y la necesidad de prescindir de la misma en restaurantes o bares. La OMS terminó por autoexaminar sus actuaciones en el inicio de la pandemia y por pedir disculpas.
Actualmente toda la experiencia recogida nos indica que los métodos más eficaces para frenar los contagios son el rastreo de portadores, la mascarilla y el confinamiento. A pesar de estos hechos, ya muy evidentes para la población general, y de las importantes restricciones de movilidad y contacto como son los cierres perimetrales, los toques de queda, los cierres de la hostelería y del pequeño comercio, etcétera, parece muy difícil frenar con rapidez y eficacia los contagios, los ingresos en UCI y las terribles cifras de fallecimientos.
Desde mi humilde punto de vista de médico y ciudadano hay una serie de claves en las que debe insistirse para controlar el proceso con mas agilidad:
1- Información exhaustiva a la población de la necesidad de la mascarilla y de su correcto uso. El lema debería ser: "Con mascarilla no te vas a contagiar". Los profesionales lo vivimos diariamente y cuando hablamos con la gente vemos que todavía existe un gran desconocimiento del problema real y una notable confusión. Los mensajes deben ser claros y precisos: no se puede fumar en la calle, no se puede comer en la calle, no se puede hacer deporte cerca de gente sin mascarilla, no se puede bajar la mascarilla para hablar por el móvil, no se puede recibir a la familia o a amigos en casa sin mascarilla, no se puede llevar debajo de la nariz, etcétera. La mayor parte de los contagios se producen al bajarse la mascarilla: más del 40% de los contagios en los contactos sociales o familiares y un porcentaje muy elevado en los bares o restaurantes.
2- Las autoridades y la prensa deben informar y concienciar a desaprensivos, insolidarios, ignorantes, falsos aplaudidores de las ocho, negacionistas y pseudonegacionistas del dramático efecto del virus, sobre todo en gente joven. Casos como la baloncestista belga de 20 años con una pierna amputada, la niña de 12 años con parada cardiaca, los múltiples casos de padres y abuelos muertos por contagio desde sus jóvenes descendientes, etcétera, deben estar en los noticieros diariamente. Puede ser interesante suministrar la cifra de ingresos en UCI de gente joven. La información puede alarmar, pero es necesaria. A largo plazo, y visto lo visto, mucho más importante que incrementar la inversión en Sanidad es potenciar la formación y la educación. Con gente más responsable no se precisarían tantos respiradores.
3- Después de tantos meses de experiencia y si proporcionamos una información clara y precisa, es la hora de exigir. Hagan el ejercicio de fijarse por la calle quien se salta las normas y observarán fácilmente que el número que incumplen las mismas no es desdeñable. Las conductas insolidarias precisan sanción ejemplar. Hay que exigir a las autoridades un mayor control del uso la mascarilla. Se echan de menos agentes por la calle.
4- No tengo criterios para juzgar la eficacia de los cierres perimetrales. El confinamiento domiciliario es claramente efectivo, pero drástico e insostenible en ciertos plazos. Aislar brotes me parece lógico a cualquier nivel, pero ante una pandemia ya generalizada hay que analizar si los cierres perimetrales municipales son imprescindibles y en base a qué cifra de incidencia deben implantarse. En algunos casos el confinamiento perimetral no domiciliario ha supuesto una masificación de los paseos en masa y son muchas las zonas en las que se concentran paseantes y deportistas casi hacinados, cruzándose sin demasiada distancia de seguridad y muchos sin mascarilla.
5- Hay ordenanzas que causan confusión y desconfianza en la población y que me hacen recordar otras impuestas en la primera oleada y que precisaron rectificación. Debe existir una lógica: no es de recibo impedir que un comercio pueda vender zapatos o bolsos y, sin embargo, que puedan abrir los bazares orientales o los centros de tratamientos cosméticos faciales. La incidencia de brotes en el pequeño comercio, con la implantación de las debidas medidas de higiene y seguridad, es anecdótica. Y si no es así, que nos proporcionen las cifras. Muchos de los eventos culturales presentan también un riesgo bajo y su cierre puede ser excesivo. Deben publicarse los datos que avalen unas medidas concretas y explicar por qué es diferente el cierre del pequeño comercio en Oviedo o en León. Hay que analizar los avales científicos, si es que existen.
6- La hostelería, y más concretamente los negocios de restauración y sus proveedores, son el punto más dramático de la situación económica. Debemos solidarizarnos económicamente en su apoyo. En muchos casos, solo la financiación podrá aliviarlos. La distancia de seguridad es habitualmente insuficiente, se promueve la reunión con contactos no habituales y es inevitable bajarse la mascarilla. Una vez se supere la oleada, deben ampliarse las terrazas al aire libre y las mamparas de forma genérica. La pantalla facial articulada o el bajarse la mascarilla solo ocasionalmente son medidas a promocionar. En cualquier caso es una situación muy compleja.
7- La mayor parte de las restricciones que sufrimos van en proporción a la saturación de las estructuras sanitarias, sobre todo de las UCI. El grupo más sensible y que más influye en el colapso son los ancianos. Las residencias precisan pruebas muy frecuentes y controles exhaustivos. Es intolerable la alta mortalidad de los ancianos y es intolerable el número de contagios en residencias tras diez meses de experiencia con el covid-19.
8- Los niños sin mascarilla son bombas ambulantes por la posibilidad de ser portadores asintomáticos. Austria y Grecia han cerrado por este motivo las escuelas primarias. Deben realizarse pruebas de covid con mucha frecuencia y rebajar la edad de uso obligatorio de las mascarillas. Los niños aprenden mas fácil y son más dóciles que los adultos.
Es gratificante ver que una gran proporción de la población actúa de forma responsable para controlar con eficacia esta epidemia, pero es frustrante ver cómo una pequeña parte de la población actúa de una forma tan irresponsable que es capaz de hacer fracasar los esfuerzos de la mayoría y de cercenar muchas vidas con su actitud. Esto es lo que deben evitar los políticos. El control de la pandemia déjenselo a los científicos. Eso sí, prémienlos y promuevan su trabajo investigador.
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