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Ventura y aventura de Martínez Cachero

4 de Julio del 2010 - Eugenio de Rioja

José María Martínez Cachero, a quien ahora lloramos todos, subtituló esa ingente historia crítica de la literatura española que iba actualizando cada poco como «Historia de una aventura», y en esa aventura se forjó su incansable ventura, una vocación ininterrumpida desde que siendo apenas un adolescente, un sacerdote le regaló, ¡en aquel tiempo!, «La Regenta». Creo que es ése el punto de partida de su entrañamiento en la literatura española. Desde entonces hasta su muerte reciente nunca dejó de adentrarse en la intrincada selva de nuestras letras.

Era el hombre tranquilo; nadie lo diría al verle andar a grandes zancadas en sus tiempos jóvenes. Tranquilo, no sólo para que el tiempo le pasara volando en su trabajo meticuloso. Se acostaba a medianoche, según le dijo a Javier Morán en LNE, y tomaba un somnífero, porque de otro modo, pienso, también el descanso se truncaría: daría la luz para anotar alguna idea o apostilla para el día siguiente.

De hablar pausado, sin afectación, subrayaba con ironía algún comentario. Fue tranquilo y, por ello, discreto. No se prodigó en entrevistas, acaso porque en sus primeros tiempos de docente pudo escuchar a Marañón, cuando vino a la inauguración de la estatua de Feijoo, «que si este fraile viviera hoy, los periodistas harían cola a la puerta de su celda para hacerle una interviú, porque nuestros periódicos, ayunos de otra sustancia, están llenos de interviús».

Como me plugo recordar (2005) en memorable ocasión en que el Gremio de Libreros le dio un premio a quien tantos libros sobre la literatura española ha escrito, conocí a MC en la entrañable Universidad de entonces, ahora llamada Edificio Histórico, en compañía de las que, como él, fueron lumbreras del saber en la historia de la literatura española y en la creación poética. Fue en un curso de verano, y después, en compañía del querido y recordado compañero y amigo, Manolo Avello, disfruté a la hora del paseo por Uría de su conversación y de la de Jesús Álvarez Cañedo, otra lumbrera, pero en Filología, y contrafigura de MC. Jesús Cañedo era todo lo contrario de MC, hablaba alto, se reía estentóreamente y era iconoclasta; me atrevería a decir que radical. Evolucionó con el tiempo hasta ser un entrañable profesor que dedicaba muchas horas a la consulta y orientación de sus alumnos en la Universidad de Navarra, después de haber sido catedrático también prestigioso en la Universidad del Sarre. Eran dos caracteres opuestos: Cañedo, explosivo, y Cachero, tolerante, tranquilo, esperando sonriente a que amainara aquella tormenta de palabras, para introducir, con calma pero también con energía, sus puntos de vista. Yo gocé como oyente de aquella inefable compañía. Desde entonces no dejó de distinguirme con su amistad. Esto fue en 1945, y estando, creo recordar, MC a punto de ser graduado en la Facultad de Filosofía y Letras y colaborador docente. En 1946 tuvo la amabilidad de enviarme un opúsculo de especial interés, y eso que ahora se llama compromiso, titulado «Novelistas españoles de hoy», por lo que le dediqué un artículo en el periódico de los lunes, «Carbón», que hacíamos los redactores de LA NUEVA ESPAÑA.

Advertía yo entonces que MC «nos ha dejado el mero esqueleto –que no es poco– para sobre él edificar un volumen de más altos vuelos, aunque en la mente del autor esté la limitación de espacio impuesta por las bases del concurso en el que fue premiado este trabajo». Me permití hacer alguna observación, fruto más de la devoción hacia uno de mis profesores de la Escuela Oficial de Periodismo, José María Alfaro. Al cabo del tiempo reconocí que tenía toda la razón MC en aquel juicio preliminar sobre la novela «Leoncio Pancorbo». Aquel folleto fue el germen de lo que andando los años fueron los diferentes y periódicos libros: «La novela española entre 1936 y…», cada vez más actualizados. Son estas «Historias» las que por su interés y rigor intelectual y crítico estoy seguro de que figuran en todas las universidades del mundo.

Al respecto, me pregunto: ¿Cuántas novelas habrá leído Martínez Cachero?

De su obra, tan extensa como rigurosa, doy fe de que recordaba en líneas generales todo cuanto había estudiado para su monumental «Historia», y no sólo el tema, también el tratamiento, situación generacional, etcétera. Sentados en el Campo San Francisco, una vez le hablé de mi aventura periodística en Murcia, que si para mí fue un excitante éxito profesional y un fracaso político, y de la estructura de aquella sociedad. Me comentó casi en voz baja: «O sea, que es verdad lo que novelaba (el malogrado) Miguel Espinosa en “La fea burguesía”». Otras veces también recordaba cualquiera de los muchos textos que leyó. Eran su estímulo, sus fichas, su prodigiosa memoria, su adicción al trabajo –su último libro, «Liras entre lanzas»– hasta poco antes de que «el tiempo se muera entre sus brazos».

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