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Al claustro del CPEB Aurelio Menéndez de Ibias

7 de Julio del 2010 - Alba Burón Cachero (Ibias)

Érase una vez, no hace mucho, muchísimo tiempo, en un lugar no muy lejano (lejano sólo para quienes no estaban cerca, como siempre pasa) un grupo de pequeños pueblos de GENTES SENCILLAS, que vivían como habían aprendido de sus antepasados desde tiempo inmemorial: sin dar importancia a las horas ni conocer el descanso, sin preocuparse por comodidades que apenas alcanzaban a soñar.

A ese rincón del mundo los cambios llegaban despacio, tal vez acomodados al ritmo lento de la naturaleza que todo lo envolvía, y las modernidades se asomaban a cuentagotas. Sus habitantes no eran del todo conscientes de ello, pero el mero hecho de ver la luz del día en aquel hermoso lugar les privaba de oportunidades impensables allí. Era muy difícil por ejemplo elegir una forma de vida diferente a la que el ganado y los frutos de la tierra marcaban, y conocer otros lugares se hacía terriblemente complicado, con aquellas montañas empeñadas en mantener apartadas a aquellas gentes del mundanal ruido. Era tal vez el precio que debían pagar por habitar un enclave privilegiado.

Desde fuera de allí, nadie parecía recordar las duras condiciones de vida de aquellas personas, ni a los gobernantes les preocupaba mucho que tuvieran acceso a sus derechos, siempre que cumplieran con sus obligaciones puntualmente. Y así iban pasando los años, al compás del trabajo de domar la tierra.

Pero un buen día, a aquel pequeño paraíso le apareció un HADO PADRINO. Como esta historia no es en realidad un cuento, no era posible un hada convencional. Era un gran hombre, natural de aquellas mismas montañas, que llegó a ser ministro de Educación en una ciudad lejana en el espacio y en la forma. Casi de otro mundo. Y aquel hado no quiso olvidarse de lo que sabía, y dotó por fin a sus paisanos de una apertura al mundo tan digna como se merecían: un gran COLEGIO. Grande en tamaño, pero también en medios.

Por primera vez, tenían alguna facilidad para acercarse a otras realidades del mundo, alguna oportunidad de conocer o elegir otras vidas.

Pero como ocurre en los verdaderos cuentos, ni las hadas ni los hados consiguen demasiado sin la ayuda de los duendes, de poco valen sus iniciativas y sus buenas intenciones sin una legión de DUENDES que trabajen para llevarlas a buen puerto. Y nuestro hado padrino no se olvidó de encargar a un buen equipo de duendes que velaran por el desarrollo de aquella MAGNÍFICA IDEA suya. A esos duendes se les llamó de diferentes formas: seño, profe, maestro, profesora, incluso con motes y apodos de diversa índole. Ellos fueron quienes llenaron aquellas aulas de VALORES y conocimiento, las cabezas de ideas y PROYECTOS, y las vidas de aquellos vecinos de nuevas EXPERIENCIAS e ilusiones. La magia del hado funcionaba, y las oportunidades de aquellos chicos crecían: viajes, conocimientos teóricos, experiencias de primera mano, las maravillosas diferencias que enriquecen el mundo, deportes, arte... Abrieron aquel rincón al mundo. Al gran MUNDO.

Si dedicarse a la enseñanza implica siempre ser una BOMBILLA encendida que alumbra las aptitudes de los alumnos y su entorno, ser enseñante en un lugar como éste significa ser la potente luz de un FARO, quizá solitario, pero apreciado y recordado siempre por quienes un día se aproximaron a él buscando refugio. De pronto, donde el progreso parecía resistirse a llegar a su debido tiempo, aquellos duendes acercaron las maravillas de la vida, y los niños podían aprender IDIOMAS, MÚSICA o DEPORTES como en cualquier ciudad, podían no sólo sacar provecho de sus horas de clase, sino que vieron cómo su tiempo libre se enriquecía con la labor desinteresada de aquella legión de duendes, que nunca veían la hora de terminar su trabajo. Descubrieron entonces aquellas gentes que sus hijos y nietos podían APRENDER a patinar, correr, hablar idiomas, modelar arcilla, cantar, y un largo etcétera, sin para ello tener que desprenderse de su familia, su hogar y sus RAÍCES. ¡Quién lo hubiera dicho pocos años antes!

Ocurre muchas veces EN LOS CUENTOS que no sabemos ver el verdadero trabajo que ayuda a que la magia triunfe, nos ciega el chisporroteo de la VARITA MÁGICA en sus dulces movimientos. Pero esta vez no va a ser así, pues ya dejamos claro desde el principio que esto NO es un cuento, y por eso agradecemos de todo corazón el ESFUERZO, el CARIÑO y el TIEMPO que nuestros maravillosos duendes dedicaron a lo largo de nueve meses a la formación académica pero también al disfrute provechoso del tiempo de ocio de nuestros chiquillos. Sus vidas no serían las mismas con unos duendes perezosos, o con unos que sólo se preocupasen de cumplir con las obligaciones que su puesto bajo las órdenes de un hado les impone. La enorme suerte de recibir entre estas montañas a tantos duendes dispuestos a ir un poco más allá nos está cambiando el FUTURO.

A todos vosotros, duendecillos, muchas gracias por contribuir a que este sea de esos cuentos con FINAL FELIZ, aunque como no es un cuento... han de faltar muchas décadas, esperamos, para que llegue el final. Quienes vais a quedaros unos meses más por aquí, disfrutad el verano y volved en septiembre llenos de VOSOTROS MISMOS. A quienes os vais a trabajar a otros cuentos, en otros lugares, un abrazo y HASTA SIEMPRE. No nos olvidéis, pues aquí ya sois inolvidables.

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