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Cuidado con invertir los roles familiares

14 de Julio del 2010 - Dolores Díaz Paz (Oviedo)

Mucho ha cambiado nuestro país en las últimas décadas desde aquel legendario Código Civil Español de 1889 (en línea con la tradición patriarcal del napoleónico de 1804) vigente en España, con muy pocos cambios, hasta 1975, en que, por primera vez, la mujer casada pudo trabajar, abrir comercio y comprar y vender sin necesidad de tener que pedir la autorización o licencia de su marido. Aquel Código Civil la equiparaba a ella con los minusválidos psíquicos en cuanto a la capacidad de obrar, pues no podía tomar decisiones sobre los bienes comunes ni tan siquiera sobre los suyos propios que, una vez casada, pasaban a ser administrados por su marido. Él era el cabeza de familia y ostentaba la máxima autoridad y representación familiar, así como la patria potestad en exclusiva sobre sus hijos e hijas, que sólo podía llegar a perder por causas muy graves.

Sí, el cambio social e intergeneracional ha sido tan vertiginoso y tan profundo en los últimos años, a todos los niveles, que aún estamos inmersos en un duro proceso de adaptación social, sometidos a una constante renegociación de derechos y deberes, a un continuo ensayo y error. Pero, cuidado con invertir los roles de las relaciones paterno-materno filiares. Los padres y las madres tenemos una importante función que cumplir respecto a nuestros hijos e hijas, no somos sus servidores. Quizá sea éste ya el momento oportuno para comenzar a desterrar determinados conceptos jurídicos cargados de una profunda animadversión; el momento de admitir que el ejercicio positivo de la parentalidad no está directamente relacionado con la cantidad de tiempo que pasamos con nuestros hijos o hijas, léase custodia, léase derecho de visitas, sino con la calidad de nuestras relaciones con ellos y con ellas. Que quien quiere y quien sabe puede y los menores tienen derecho a vivir en las mejores condiciones y con la mayor estabilidad posible. Descendamos, pues, unos cuantos peldaños, fomentemos un estilo democrático en nuestras relaciones personales y familiares y apostemos fuerte por un auténtico proceso de Mediación Familiar con todas las garantías de neutralidad e imparcialidad profesional. Devolvámosles a quienes les corresponde la capacidad para tomar las decisiones, porque son quienes mejor conocen sus auténticas posibilidades. Sin olvidar, no obstante, que, no en vano, la ley contra la Violencia de Género excluye expresamente este método en aquellos casos en que no sea posible garantizar un cierto equilibrio de poder en las relaciones durante todo este proceso. Lo dicho, no sigamos en esta dirección, cuidado con invertir los roles familiares.

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