El español en la LOMLOE
Si habéis leído los medios estos días –y voy a suponer que lo hacéis, porque si no, ya me diréis qué tipo de persona lee la sección de cartas de los lectores de LA NUEVA ESPAÑA, pero no presta atención a ninguna otra fuente de información. Sería interesante: alguien que sólo sabe lo que ocurre en el mundo a través de la sección de “Cartas de los lectores” de su prensa local–.
Creo que he perdido el hilo, volvamos a empezar.
Si habéis leído los medios estos días –decía–, estaréis presenciando, igual que yo, la última gran guerra española después de la invasión de Perejil. Me refiero, como os imaginaréis, al severo riesgo que la lengua española sufre tras la aprobación de la “ley Celaá”, un instrumento inteligentemente diseñado para reventar todos los resortes que soportan la unidad nacional.
Así es, la nueva ley educativa ha supuesto una piedra más en la lapidación de nuestra cervantina lengua, pues no se le ha ocurrido otra cosa al legislador, que consagrar el sistema de enseñanza bilingüe. Puede ser por eso por lo que, desde hace unos días, hayáis visto a vuestros hijos e hijas hacer cosas distintas, cambiar sus hábitos, sus gustos, sus amistades, e incluso su conducta.
Esto se debe a la finísima pero brutal maquinaria de adoctrinamiento que el Gobierno ha desplegado, y es que hay quienes dicen que el catalán es una amenaza, y mientras tanto, nadie –y digo nadie– se preocupa de lo que está ocurriendo en nuestras aulas con el inglés.
Han pasado siglos desde que la lengua del bardo se impuso como lengua franca internacional, un hito –o milestone– en la ofensiva de la pérfida Albión por la conquista cultural global. Lo hacen de a pocos. Es una amenaza fantasma. Se empieza memorizando la lista de verbos irregulares, introduciendo casuales anglicismos en las conversaciones, como hate, mood, o crush. Cuando te quieres dar cuenta, estás madrugando para cantar el Dios Salve a la Reina.
Resulta una verdadera incógnita por qué Pedro Sánchez Pérez-Castejón ha cedido a estas presiones, pero no debemos cesar en nuestro ánimo. ¿Qué queremos? ¿Que nuestra prole nos empiece a pedir la cena a las 6? ¿Emborracharnos de día? ¿¡Vestir bien!?
A todo esto, yo me declaro profundamente europeo, y sin miedo a quedar de equidistante, confieso que jamás podría elegir entre Imanol Arias y Colin Firth.
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