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¿Negacionistas o escépticos?

22 de Noviembre del 2020 - Rufo Costales (Oviedo)

La “obsolescencia programada” de la palabra del Presidente, una constante empírica en su devenir político, se pone nuevamente de manifiesto desmenuzando su declaración del pasado día 20: “La estrategia de vacunación contra el covid-19 es que una parte muy sustancial de la población española se vacune, con todas las garantías, en el primer semestre de 2021”.

1. Según el CIS, solo 37 de cada 100 españoles dice que se pondrá la vacuna; ese número no es una “parte muy sustancial de la población”, más bien todo lo contrario.

2. No hay ninguna garantía, a medio o largo plazo, del efecto de las vacunas propuestas, por lo que ese con “todas las garantías” que promete el Presidente no tiene ningún soporte de fiabilidad. La Talidomida, que era en origen absolutamente segura, pasados solo cuatro años (1957 a 1961) mostró ante el mundo sus espeluznantes efectos secundarios.

3. Europa manifiesta que la vacuna se comenzará a implantar "a finales de 2021, o más bien después”; esa fecha no coincide con lo manifestado por el señor presidente, que afirma será en el “primer semestre de 2021”.

Es una evidencia reconocida hasta por los más fieles y contumaces progres que, desde que empezó esta crisis sanitaria, la gestión, las medidas contradictorias, la falta de información veraz y de datos por parte del Gobierno han sido una constante que ha contribuido a la falta de credibilidad y ha generado reacciones de duda y confusión.

Muchos de los negacionistas del coronavirus lo son debido a su falta de confianza en las instituciones. De hecho, el primer negacionista fue el propio Gobierno, que negó el virus, negó la pandemia y negó el efecto económico de la pandemia.

Sin llegar a la teoría de la conspiración satánica u otras delirantes teorías, puedo, desde mi limitada comprensión lectora, tener dudas y, negando a los negacionistas, alinearme en el bando de los escépticos. De hecho, soy, como millones de insolidarios compatriotas que no quieren ponerse la vacuna sin garantías, un escéptico, pero en ningún caso un “negacionista”.

Mucha culpa de mi alineamiento como escéptico la tienen (Gobierno aparte), entre otros, estos escépticos de postín:

La Comisión Europea, que ya adelantó en septiembre que existía la posibilidad de compensar a los fabricantes, en caso de efectos secundarios, debido al “elevado riesgo” del desarrollo de estas vacunas.

Margarita del Val, viróloga del CSIC, que ha dicho sobre las vacunas de Pfizer y Moderna: “No me convencen para nada”. “Solo protegen sobre los casos leves y moderados”. “Siento ser tan pesimista, llevo toda mi vida en vacunas, y esto no me convence para nada”.

Dr. Pedro Cavadas: “La vacuna no es cosa de meses, sino de años. Es imposible que haya una vacuna testada como Dios manda tan pronto. Una vacuna real, antes de un par de años, no me la creo”.

Asociación Española de Vacunología: “El récord de desarrollar una vacuna novedosa es al menos de 4 años”.

El 9 de noviembre Pfizer anunciaba que la efectividad de su vacuna era de un 90% (la farmacéutica aprovechó para vender el 60% de sus acciones ese mismo día); siete días más tarde, Moderna decía que la suya era de un 94%; y al día siguiente nuevamente Pfizer manifestaba que la suya era del 95%. ¿Podemos llegar al 120% de efectividad? Aunque estén prohibidas por Alberto Garzón, se admiten apuestas.

Otro dato, esta vacuna de ARN mensajero, a la que Bill Gates ha calificado como una de las seis innovaciones que pueden cambiar el mundo, no ha sido utilizada en humanos hasta ahora.

Por todo lo que antecede, es evidente que estoy preocupado con la resolución de este problema, pero, bueno, me han animado un poco las declaraciones de la rutilante Tamara Falcó: “Yo quiero vacunarme ya; quiero de la de Pfizer”. ¡Jo, tía, o sea! como si estuviera en un mercado de frutas “Ah, yo prefiero la manzana Fuji, que es muy dulce y crujiente, a la Golden, que tiene un sabor más ácido...”.

Y luego el ínclito Revilla, el presidente cántabro, con posible empacho de anchoas del Cantábrico, insinuando que debería ser obligatoria: “Hay que vacunarse porque, si no, pagan justos por pecadores”, ha dicho.

A ver, Revilla, esto no lo entiendo; la vacuna protege del contagio supuestamente a quien se la pone; en consecuencia, el beneficio va para el vacunado, ¿no?

En fin, como decía Chesterton, “el problema de dejar de creer en Dios es que se empieza a creer en cualquier cosa”.

Saludos cordiales.

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