¿Te gusta leer para formarte, o solo para informarte?
Este mal presente es, al menos, una buena oportunidad para leer. Según J. L. Borges, “uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”. Eso me lleva a preguntarme: ¿qué pasa con los que ni escriben ni leen? En este país se lee poco en general. Y sí, de los que escriben hay más, pero no todos han leído lo suficiente.
Hay quien considera lectura lo que ofrecen las redes sociales. Es posible que la cultura actual esté basada en conversaciones, en lo que se oye decir o lo que se comparte en escena, en la escena de la televisión, en la escena del bar, o en la escena ya configurada en un rincón del cerebro que no solemos cuestionar y que se llama costumbre, cultura o tradición. La televisión emite lo que cree que la audiencia quiere ver, y siendo así no parece que nuestra cultura esté mejorando. En el bar es fácil dejarse llevar por cualquier tema sin ningún compromiso, y así la amada cultura o santa tradición sigue su curso dejando un sembrado de caminos a ninguna parte, mentiras y desatinos.
¿Quién quiere saber la verdad?, ¿quién hace una búsqueda?, ¿quién indaga para saber si debe aceptar la tradición que ha heredado?, ¿quién quiere ser el dueño de su conciencia? La conciencia es nuestro dador interno de testimonio; ha de decidir entre lo que aceptará o no después de un estudio, una comprobación y un análisis, por eso necesita información veraz, imparcial y fidedigna.
Tal vez pensaba en eso Cicerón cuando dijo: “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”. Y qué hay de un país sin alma, de un mundo sin alma, un mundo que no quiere saber, que no quiere entrenar su conciencia para no sentirse responsable, pero... “No hay creación que no esté manifiesta a la vista de él, sino que todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de aquel a quien tenemos que rendir cuenta” (Hebreos 4:13). Si yo ahora desmontara con la verdad toda una cultura basada en la mentira, ¿sería amado por eso, o sería odiado?
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