Ernest Lluch

23 de Noviembre del 2020 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

El pasado 21 de noviembre se cumplieron 20 años del vil asesinato de Ernest Lluch por ETA. Los medios de comunicación (especialmente los vinculados a la derecha) apenas han reflejado la onomástica de la infamia. Gracias al excelente documental preparado por La 2 de TVE y puesto en antena el mismo día en el que muchos lo recordábamos, una minoría de españoles se enteraba de quién fue este brillante, honesto e imprescindible político que puso en marcha uno de los pilares del Estado del bienestar: la universalización de la sanidad púbica. Hoy tendría 84 años y sufriría por el deterioro de su legado, incapaz de contener el avance de la pandemia.

Lo conocí en febrero de 1986, en un acto del PSOE en Madrid, coincidiendo con la propuesta que sobre mi persona se había hecho para dirigir la dirección provincial del Insalud de Ávila. Le comenté el hecho y me dijo que estaba al tanto: "Tú verás, este es un sector lleno de minas, te deseo suerte y acierto".

El nombramiento fue todo un reto, no solo para mí, sino también para el Ministerio, que, por primera vez en su historia, nombraba director provincial de una provincia de España a un no médico y además "sudaca". Dejé mi consulta de psicología y temporalmente mi puesto de psicólogo de la AISNA para dedicarme exclusivamente a la gestión que se me había encomendado. Fueron cinco años intensos y estresantes, porque había que desarrollar la ley General de Sanidad que las Cortes españolas acababan de aprobar, impulsada por Ernest Lluch. La Ley 14/1986 suponía un cambio de modelo de asistencia sanitaria, de impacto histórico, al pasar de un sistema de Seguridad Social, financiado en su integridad con las cuotas de trabajadores y empresarios (que cubría solo al 84% de la población), a un Sistema Nacional de Salud, en el que se integraban todos los recursos asistenciales (por cierto, muy deteriorados y obsoletos) y cuya financiación pasaba a ser cubierta con los Presupuestos Generales del Estado. La universalización de la sanidad pública había llegado a España.

La nueva ley nació en un contexto de crisis económica, donde la prioridad era la reconversión de todo el tejido industrial arcaico, heredado del franquismo y que los gobiernos de Suárez no pudieron acometer (bastante tuvieron con parar las embestidas de los nostálgicos de la dictadura). La ley 14/86 fue, sobre todo, fruto del empecinamiento personal de Lluch, quien luchó contra viento y marea, dentro del propio Gobierno y de los poderes fáctico-corporativos (especialmente Colegios de Médicos e industria farmacéutica). Él sabía que, una vez aprobada la ley, no vería el desarrollo de la misma. Se había quemado, en un país en el que todo estaba por hacer (en el documental de La 2 se explica ampliamente este particular). Una de las tareas más apasionantes que se desarrollaron en aquellos años fue la transformación de la atención primaria de salud, mejor dicho, la implantación en toda España de este modelo asistencial en sustitución de los viejos y franquistas ambulatorios que agonizaban junto a los consultorios rurales. Para ello, se aprovechó lo bueno que tenían los modelos del NHS (National Health Service) británico y el modelo cubano de atención primaria. La implementación del modelo en el mundo rural fue, para mí, lo más enriquecedor y gratificante, y supongo que también para Ernest Lluch, que contemplaba su desarrollo apartado de sus obligaciones ministeriales. Sus sucesores, Julián García Vargas y Ángeles Amador, se llevarían los laureles de la implantación definitiva del modelo asistencial universal.

Ernest Lluch continúo su actividad política con otras responsabilidades, pero con una obsesión (igual que lo fue la sanidad), contribuir a acabar con el sufrimiento que ETA continuaba infligiendo a la democracia española, mediante el diálogo y la búsqueda obsesiva de la paz. "Era capaz de dialogar hasta con su asesino", señala su hija. Iñaki Krutxaga Elezkano, miembro del "comando Barcelona" acabó con su vida.

En un mitin en San Sebastián durante la campaña electoral para las elecciones municipales, un grupo de partidarios de ETA boicotearon su intervención con insultos y amenazas. "¡Gritad, gritad, que mientras gritáis no matáis!", fue su respuesta a la caterva de energúmenos que le impedían hablar. Fue su sentencia de muerte. Así era Ernest Lluch.

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