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La naturaleza más huérfana

24 de Noviembre del 2020 - César Alonso Guzmán (Vilarín, Balmonte (Castropol))

Estas palabras llegan demasiado tarde para no ser una necrológica.

A lo largo de este 2020, hablé varias veces con Alberto Polledo y sabía de cómo estaba siendo de malo para él.

Últimamente dejó de contestar a mensajes y llamadas, y me temí lo peor, aunque, en mi desconocimiento, esperaba una recuperación que no llegó.

Mi relación con Alberto se remonta muchos años atrás. Mi padre tenía cierta amistad con los hermanos Polledo, ya cuando la librería Santa Teresa estaba en la calle de El Peso. En mi casa, por tanto, todos los libros se compraban allí.

Mi trato personal con Alberto, no obstante, llegó de otra manera: nos encontramos varias veces en el monte, y miren que en Asturias hay monte. En una ocasión en medio de un tojal camino del Maciédome, en Ponga. A partir de ahí, y como mi padre ya iba mayor, empecé yo a frecuentar Santa Teresa, a veces a por algo concreto, a veces para ver si había algo nuevo que me recomendara, y siempre a charlar un rato.

Hablar con Polledo en la librería tenía cierta dificultad. Aparte de atender los quehaceres propios del negocio, a cada minuto asomaba alguien por la puerta a saludarle o a pedirle que escribiera en el periódico de esto o de lo otro.

Sí, las personas que le contábamos cosas éramos muchas y de muy variado pelaje.

A lo largo de todos los años en que colaboró con este periódico, escribió artículos demoledores sobre la farsa medioambiental de la Administración asturiana, y apenas alguna vez obtuvo una réplica de algún particular ofendido. Pero los mazazos soltados a consejeros y similares no podían tener respuesta.

Sin duda se granjearía enemigos, aunque, dada la calaña de estos, poco podía repercutir en su negocio.

Nadie ha tenido, en ningún medio de comunicación asturiano, la perseverancia que tuvo Alberto en la defensa de la naturaleza. Sin ambigüedades, sin tibiezas ni medias tintas, mostraba un panorama desolador, repleto de sangre, ríos calientes y sucios, canteras y minas a cielo abierto que contrastaba enormemente con las bondades proclamadas por los gobiernos, fueran del signo que fueran.

Se ocupó también de otras cuestiones, todas relacionadas con la cultura y una humanidad contra la que hemos sacado callo y necesitamos, de vez en cuando, que alguien, en este caso él, dijera: "Pero, ¿qué están haciendo, señores?".

Hace muy pocos días un amigo habló conmigo porque quería hacerle llegar cierta información. Le dije lo que sabía y, sin saber, estaba más acertado de lo que creía.

Alberto, para quienes tenemos alguna relación con la defensa de la naturaleza, era la única voz fiable. Ya en los últimos años sus artículos volaban de teléfono en teléfono, fotografiados, descargados de la web o compartidos desde su perfil de Facebook.

A estas horas no he visto su esquela, así que no sé si doblarán por él las campanas. Lo que sí es posible es que aúllen por él los lobos.

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