Comienza el frío
Comienza el frío, el personal anda agazapado por partida doble. Quedan recursos, pero cada uno ha de encontrarlos dentro de sí mismo. Estamos hechos de algo más que carne, estamos muy bien construidos, pero al concentrarnos en ciudades, entre el asfalto, el cemento, la prisa, el ruido, la multitud, la estrechez, el tráfico... no encontramos el tiempo del sosiego, el tiempo de la luz y del amor, el tiempo de los sueños, el tiempo del espíritu. Tenemos que hacer algo por los jóvenes que no han conocido un tiempo más humano.
Hoy recojo a mi nieta Lucía, comerá con los abuelos. Pienso en la música, hago sonar los valses de Strauss... maravilloso, confío en el efecto que pueden tener en una niña de 8 años, hago como que dirijo la orquesta, me mira, se anima, la saco a bailar con una reverencia, no sabe bailar el vals, no importa, se trata de que descubra lo que a mí me levanta el ánimo. Quiere a su abuelo y por eso tratará de descubrir qué tiene esa música, le gustará, y así nos iremos transportando juntos a otro mundo un poco más feliz.
Sí, aquella música puede ayudarnos, la buena música, la que alegra el corazón, la buena literatura, la que da vida al intelecto, la buena esperanza, la que Dios nos ha transmitido, no la transformada en materia, adaptada, simplificada con tradiciones humanas para adormecer la conciencia, sino la esperanza creíble, hermosa, consecuente, probada por todas las profecías ya cumplidas, la esperanza limpia, pura, la que sí representa a un Dios de justicia y amor.
Andaremos juntos ese camino hasta donde me lleguen las fuerzas, porque no quiero que mis nietos vivan una juventud como la actual, quiero para ellos una vida más elevada que la de este sistema y este momento, una vida de acuerdo con el Creador de un ser tan excepcional como el ser humano. Gracias Dios mío. “Porque contigo está la fuente de la vida; por luz de ti podemos ver luz” (Salmos 36:9).
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