Según la persona son sus hechos
Yo no soy creyente de la política, en realidad solo creo en el Dios que nos ha creado, y no rindo culto a nada ni a nadie más, tal y como él lo espera de mí (Exodo 20:4-6) y más que creer, apoyo a las personas que recogen algo de su influencia, dentro de los límites humanos, límites que no alcanzan la capacidad de gobernar nuestros propios pasos, cuánto menos los de los demás (Jeremías 10:23). Sin embargo, debe existir un orden.
Tengo tres cuartos de siglo y nunca he votado a nadie ni pienso hacerlo. Nadie hará con mi visto bueno ninguna tropelía. No obstante, soy respetuoso con los votantes y con las autoridades, pago los impuestos y cumplo la ley, con alguna leve excepción como la de pasar en rojo de vez en cuando, pero como peatón, eso sí. Algunas autoridades no se ganan el respeto, pero yo se lo guardo, algunos impuestos son más que abusivos, pero yo colaboro con el interés general mejor o peor administrado, algunas o muchas veces la ley es injusta o se administra sin justicia, pero yo acato su sentencia y luego tengo una riña con la almohada. ¿Por qué?, porque soy un ciudadano, y de ese compromiso no me puedo evadir cada vez que las cosas no resulten según mi valoración de la justicia.
No lo espero, pero me gustaría ver en las personas que tienen alguna autoridad de cualquier tipo, un ejemplo, independientemente de sus atrincherados intereses, un ejemplo de respeto, un ejemplo de colaboración y un ejemplo de acatamiento al orden. Tengo que decirles a mis nietos: no hagáis así las cosas, no tratéis así a nadie, no toméis ejemplo de quien no es capaz de darlo, quizá porque cree que todo vale para conseguir un fin. El fin no justifica los medios, y menos los fines que persiguen un interés sin ideales humanos, que no son siempre materiales, sino los que nos hacen personas dignas de respeto; personas confiables, personas ejemplares, personas a las que cuesta poco respaldar.
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