El mendigo de la calle Tetuán
Conocía cada rincón de aquella ciudad del que pudiera sacar algo de dignidad. Comprendía bien cómo se sentía aquel hombre que hoy protestaba por no tener un sueldo del que tirar para pagar la luz, la hipoteca, el alquiler. Lo comprendía aunque él no lo hiciera con él cuando, al pasar por su lado en la calle Tetuán, pensara que solo era el mendigo un hombre echado al vicio por ser un errante holgazán, incapaz de haber tenido una vida como la de él, con un trabajo, con horas para disfrutar de la ciudad, con el paro y su final, con su protesta continua por ayudas que nunca llegaron para mantener su dignidad y evitar que la acera fuese al final su hogar, viendo pasar al hombre que dudaba que él pudiera ser si no un enviciado echado a perder, un holgazán nada más.
Que te vaya bien, amigo, dijo el mendigo al pasar, si no, compartiré contigo mi hogar mientras vemos a otro descreído pasar.
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