Nuestra bandera

13 de Julio del 2010 - Adrián García Rubio (Gijón)

¡Qué bonitas están las calles llenas de banderas españolas! ¡Qué bonita imagen guardarán los turistas de nuestro país!, sueño día tras día. Pero no, chico. Eres tan idealista que creíste que tras los colores rojo y amarillo se hallaba algo más.

Sólo fútbol, fútbol y más fútbol. Es muy duro y triste darse cuenta de que lo único que consigue movilizar a los españoles sea algo tan ajeno a nosotros mismos: unos jugadores de fútbol que dicen representar un país. Y escribo dicen porque yo no me siento representado, en absoluto. Soy de los raros que prefieren que su país sea conocido por aquellas personas que verdaderamente trabajan por mejorar el mundo en el que vivimos, con todas sus arduas realidades que muchos tienen que afrontar día sí y día también.

Y me doy cuenta entristecido de lo hipócritas que podemos llegar a ser. Colgamos banderas sin sentir apenas nada, gritamos yo soy español, español, español cuando en la auténtica realidad odiamos nuestro país.

Pues hoy en día, España está tan perdida y desorientada que mismamente decir entre nosotros que somos españoles y que nos sentimos como tal es indicio de facherío. Pues sí, querido lector, tenemos que andar guardados aquellos que confiamos en España, aquellos que pensamos que juntos y unidos podremos crecer y mejorar.

Pero nuestra falsedad nos puede: llega el Mundial de fútbol y todos somos más españoles que Franco. Por favor. Si ustedes, señores de izquierda, son los primeros que se avergüenzan de nuestro país, son los primeros que condenan a aquellos que quieren su nación por conservadores o pasados de moda. O mucho peor, por fascistas.

Y una obvia ejemplificación es el desmesurado período de tiempo que las cámaras de la televisión enfocaron en primer plano la pulsera con la bandera de España de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Imagen que, indudablemente, intenta reforzarnos y recordarnos su ideología. Y lo peor de todo: lo hace.

Tanto han dañado a España sus enemigos nacionales que aquellas imágenes preciosas que a lo largo de la historia hemos conservado se quedan envueltas en el misticismo del recuerdo. El recuerdo del ayer, no hace falta irse atrás para que la situación se agrave hasta tal punto que sea ella misma vergonzosa.

Seré joven, pero tengo claro que el país –nuestro país– se ha visto tan dañado y estropeado que hoy decido irme, marchar. Sí señor, me voy tan desencantado que consideraría una tortura darle a mis hijos cuando los tenga y si los tengo esta realidad tan prostituida que ya ha perdido todo su color.

Adiós rojo, amarillo, rojo.

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