Pipo

7 de Diciembre del 2020 - Mary Paz Pondal

Pipo era un perro asturiano. Vivía junto a su ama, Victoria, en una pequeña aldea del concejo de Tineo llamada Calleras. Siendo él aún un cachorro, sus amitos, los hijos de Victoria, Pepín y Carmina, tuvieron que abandonar la vaquería familiar donde ayudaban a su padre, pues al faltar él ya no podían seguir. Se marcharon muy lejos, a Bruselas, donde vivía un familiar que les animó a que viajaran allí para que empezasen una nueva vida y se labrasen un porvenir. Tuvieron suerte, pues enseguida comenzaron a trabajar con un importante comerciante de la ciudad, que en poco tiempo les apreciaba como a sus propios hijos.

Pasaron tres interminables años y, por fin, cuando llegó la Navidad, Pepín y Carmina decidieron viajar a Calleras con el propósito de traerse a su madre con ellos a Bruselas, donde ya disfrutaban de un buen trabajo y una buena casa. Victoria, aunque deseaba estar cerca de sus hijos, no estaba muy convencida… dejar su aldea, a sus amigos y sobre todo a su fiel compañero, a Pipo. Y eso que Pipo no era un hermoso perro, no; era un perro feo, pequeño y desgarbado, pero… ¡eso sí! Era listo, muy listo. Le gustaba observar a los humanos y, gracias a eso, se puede decir que era un perro sabio, que había conseguido llenar el gran vacío que en Victoria dejó la falta de su marido y la marcha de sus hijos.

“¡No te preocupes, mamá, lo llevaremos con nosotros!”.

A Victoria se le quitó un peso de encima y decidió viajar con sus hijos a Madrid, para allí coger el avión que la llevaría hasta su nuevo hogar en Bruselas.

Pipo no entendía nada de aquella cosa donde estaban (coche), se movía tanto que le tenía bastante mareado. Aunque iba feliz en compañía de su familia.

Cuando llegaron a Madrid, como tenían tiempo, fueron a la plaza Mayor para ver el belén, que por estas fiestas ponían todos los años junto a los puestos de Navidad. Había una procesión interminable de todo tipo de gentes, que paseaban alegres entre los puestos disfrutando de ese soleado y frío día en Madrid. Victoria y sus hijos se pusieron a la cola para ver el belén, Pipo esperaba pacientemente con los ojos como platos, desconcertado por todo lo que veía, cuando de repente vio algo que le hizo olvidar todo lo demás: junto a él pasó una señora que llevaba consigo a una preciosa perrita caniche blanca. Pipo estaba maravillado. ¡No, aquella no era como las perritas de la aldea, era diferente, olía diferente y llevaba un collar que brillaba como si fueran estrellas!

Pipo pensó que si la seguía un poco, quizá podría conquistarla y tener cachorros tan guapos como ella, así que empezó a seguirla, con la intención de volver a la fila con sus amos lo antes posible. Antes de que pudiera alcanzarla, la perrita y la señora se metieron en un enorme coche y desaparecieron. Pipo echó a correr, buscando la fila donde se habían quedado sus dueños, pero pronto se dio cuenta de que se había perdido entre el gentío.

Por la noche, rendido, vio un puesto en el que una señora vendía castañas y, sin llamar su atención, se quedó dormido en un rincón donde había algo de calor.

Así fue como Pipo se convirtió en un perro callejero, aunque siguió buscando siempre incansablemente a sus queridos dueños. Un día encontró otra vez la plaza Mayor, pero ya no estaban el belén, ni las luces, ni los puestos, ni la fila, ni sus dueños…

Pasó un año, mucho tiempo para Pipo, y como todos los días volvió a la plaza Mayor, pero aquel día notó algo extraño: volvía a haber luces, volvía a haber puestos y volvía el belén. No había duda, era otra vez Navidad…

Y allí estaba él en la fila del belén, esperando a sus dueños, hasta que se hizo de noche y las luces se apagaron. Se fue a dormir con Pablo. Pablo era un viejo violinista que se ganaba la vida con las propinas y que se había hecho muy amigo de Pipo, para el que siempre tenía un buen hueso.

“¡Qué tontos son los humanos, con lo mal que toca Pablo y el frío que hace y se quedan escuchándole!”, pensaba Pipo.

Al día siguiente Pipo volvió a la fila del belén, lo miraba y remiraba meneando la cola, esperando.

Algunos niños lo apartaban a patadas y los papás lo miraban extrañados.

“¿Qué buscará aquí este chucho canijo?”.

De repente Pipo oyó: “Chist, chist”. Miró a un lado y a otro y, qué raro, no había nadie llamándole.

SUMARIO: Un cuento asturiano para los niños, como adelanto a los Reyes Magos

DESTACADO: Pipo no era un hermoso perro, no; era un perro feo, pequeño y desgarbado, pero ¡eso sí! Era listo, muy listo

“Chist, chist”, volvió a oír de nuevo, no vio a nadie llamándole, pero cuando prestó un poco más de atención, ¡sí!, no había duda, era el niño de madera que, como siempre, estaba en la cuna medio desnudo y sonriendo.

“Eh, Pipo”: la voz le llamaba con insistencia.

“¡Pues estamos buenos. Era lo que me faltaba… Un niño de juguete que habla! ¿Me entenderá a mí?

“¡Pues claro que te entiendo, gruñón, vuelve mañana!”.

Al día siguiente era Nochebuena. Pablo tocaba en el violín un villancico y Pipo esperaba impaciente en la fila del belén cuando, al llegar frente al niño de madera, oyó de nuevo la voz que le decía: ¡Pipo! ¿Ves ese horno de asar que hay en la esquina? Id allí y esperad”.

Pipo tiró del pantalón de Pablo y se sentaron a la puerta del horno. El aroma de los pavos y corderos asados era demasiado para sus hambrientos estómagos.

¡Chucho! ¿Por qué me has traído aquí? ¿No ves que nosotros no podemos permitirnos esos lujos?

En eso el dueño del horno salió y les preguntó que hacían en la puerta.

“Perdone”, dijo Pablo, pero el chucho se empeñó en traerme aquí”.

“Un momento…”, dijo Serafín, que era el dueño del horno. Entró y al poco tiempo salió con una foto en la mano.

“¿Tú eres Pipo, verdad? El año pasado unos amigos me dejaron esta foto y su teléfono por si te encontraba, y me dijeron que vendrían a buscarte en cuanto los llamase.

“Así que te quedarás con mi familia mientras te lavamos y te quitamos las pulgas. En cuanto a usted, puede tocar aquí dentro, yo me encargo de que no le falte de nada y esta noche celebraremos todos juntos la Nochebuena en nuestra casa”.

Pipo tiró del pantalón de Pablo para acercarle al niño de madera por si le volvía a decir algo, pero solo oyó que su amigo Pablo estaba llorando.

“¡Guau, guau!”, dijo Pipo, queriendo decirle… Pablo, ¿por qué lloras si todo nos ha salido bien?

“No, Pipo, no lloro de pena, sino de alegría, sobre todo porque esta noche no estaremos solos sino en compañía”.

“¡Vamos a casa!”, dijo Serafín acercándose a ellos.

Antes de marcharse, Pipo miró una última vez al niño de madera y vio que este… ¡le estaba guiñando el ojo!

¡Feliz 2021!

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