Nostalgiar 3

8 de Diciembre del 2020 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Los días ahí siguen con el mismo plan, al menos para mí, parecen empeñados en nostalgiame. Eso, nostalgiame, no nostalgiarme, que en razón de mi propuesta nostalgiar debería escribir. Porque siendo la nostalgia un sentimiento, un sentimiento que, en este caso, yo experimento, debo describirlo, escribirlo, con las palabras tal como en mí fluyen y así voy a hacerlo, de otra forma perdería autenticidad. Y después, enviándolo a "Cartas al director", satisfaré la curiosidad de ver si lo publican, en papel los precedentes dejan claro que no, pero en el digital... No voy a tardar en saberlo.

En mi anterior escrito me preguntaba qué debería traer al pensamiento para provocar el trance nostálgico. Hoy me he sentado ante el teclado sin la mínima duda: El Coto.

Todes les mis correríes de pequeñu, hasta los 14 o 15 que nos mudamos de pisu, fueron en El Coto y aledaños. Los aledaños eren los praos hasta el río Ciares, con el río incluidu.

La escuela no iba conmigo. Piraba mucho. Mucho. Nada grato me ofrecía la clase. Bueno, quizá la carajita que se sentaba en el bancu delante de mí, aunque... realmente, ni eso, porque no me paraba bolas. Y la maestra... Yo creo que me tenía inquina, no sé por qué, sería por lo que piraba, porque, por lo demás, podía decise, así me lo parez a mí, que yo era un benditu, pero la maestra me tenía bien jodíu con el putu palu, siempre andaba con chichones en la cabeza y los nudillos doloridos, por tratar de protegeme, así que... Escuela, muy poca. Pal Coto, o hasta El Prau los soldaos, a ver si andaben por allí de maniobres.

Sábados y domingos a montar caballos. Porque les calles del Coto no dejaben de ser prau y los carreteros por allí los dejaben sueltos pastiando.

En el verano, con los primeros síntomas del anochecer, estábamos sentaos en la cera, contra la paré. Aburríos. Y ya no eren hores de pegar pataes al bote ni nada por el estilo, así que una alternativa muy válida pa entretener: ir al Coto a espiar parejes.

Quiero decir que, a partir de aquí, escribiré por lo que me contaron. Yo era un chiquillo que se guardaba mucho de correríes pecaminoses. O sea, cuando la panda iba a espiar parejes, yo a casa, cenar y pa la cama. Contábenmelo al otru día.

En El Coto eren to güertes con algún prau. To limitao con matos. Había una güerta, solo una, que al frente tenía una paré de ladrillu. Había también, siempre me pregunté, y sigo preguntándome, qué pintaba allí, un cubu de hormigón de más o menos un metro de cada lao. Pues bien, estos eren los sitios preferidos por les parejes, aunque por supuesto que también les había que preferíen la pación mullida al pie de algún matu. Naturalmente que iba en gustos, echaos, de pie una, uno sentáu...

La que se me vien ahora a la cabeza, insisto, que me contaron, ye la de la paré. Entraron por la parte de atrás de la güerta, la atravesaron y fueron a colocase, con diferentes apoyos, y más sigilosos que un gatu, ni que decir tien, brazos sobre el paredón, con les cabeces justo encima de los protagonistas. Disfrutaron, todos ojos y oídos, esperando que la acción y el volumen del audio llegara al puntu álgidu, en esi precisu momento descargaron sobre la pareja los terrones preparaos al efecto y pies en polvorosa, entre grandes rises, mientres oíen a la moza dando gritos ininteligibles y al mozu cagándose en la puta que los parió corriendo pa cogelos. Pretenciosa osadía dado que, por el lao más cortu, tenía que bordear la güerta contigua. Demasiada ventaja.

Y que no gozaron nada con la correría.

Coño, qué vaina, hay que ser jodidos. Menos mal que yo no participaba en semejantes atrocidades.

Llegado a este punto, lo que son las cosas, por asociación de ideas, digo yo. Por lo que sea, el caso es que una fantasía se me viene a la cabeza. Otra versión de un espionaje actualizado. En vez de una pareja contra el paredón, la panda de políticos en los sillones del Congreso y, aprovechando, para dañar el techo lo menos posible las señales de los disparos del golpe, colgar un andamio con parihuelas, para que desde abajo no vieran al personal, cargado con, ya que por esos lares los terrones serían imposibles, un buen suministro de ladrillos, más fácil. Los espías, extremistas arrechos de la mano que uso yo para peinarme. Y, como no soy Pablenín, que tiene licencia para arengar al personal animándolo a lanzar cócteles molotov a los antidisturbios, corto aquí la ensoñación. Que los del andamio hagan lo que quieran con los ladrillos, no pienso alentar a nadie a nada.

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