Yo también quiero ser senador
La igualdad y la justicia son dos de los principios consagrados en el artículo primero de la Constitución española, si bien ambos podrían parecer conculcados por la misma Constitución cuando ésta reserva la participación política únicamente para los ciudadanos/as afiliados/as a los partidos políticos. De todos modos, quizá haya participaciones políticas institucionales que de tal participación tengan bien poco, lo que nos permitiría interpretar que tales participaciones institucionales dejarían de estar reservadas en exclusiva para los afiliados/as y, en consecuencia, cualquier ciudadano/a, amparado (y amparada, perdón) en aquellos sagrados principios –y sin que ello vulnere, por otra parte, el de legalidad– podría, sin pasar por el aro, aspirar a disfrutar de las prebendas que de tales participaciones se derivan. Por ejemplo, como decían en un, dos, tres, el Senado. Yo creo que, dada su más que dudosa participación política, debería estar abierto a cualquier ciudadano/a, pues otra cosa atenta contra los sagrados principios. Además, probablemente no sería imprescindible exigir algún tipo de formación académica a los aspirantes a la Alta Cámara Territorial pues, en el caso de Asturias, es un ejemplo, bastaría que uno de los/las senadores/as más listos/as pudiera ocuparse de preguntar una vez al año por el AVE, la autopista del Cantábrico y e1 sobrecoste de El Musel.
Aun más, en la misma sacrosanta y respetada Constitución se enumeran los supuestos de incompatibilidad para ser senador/a, incompatibilidad en la que, a mi juicio, deberían incurrir también, y muy especialmente, los afiliados/as, pues éstos y éstas ya tienen bastante con el Congreso de Diputados, los ministerios, los parlamentos europeo y autonómicos, los ayuntamientos, las empresas públicas, las cajas de ahorro, las presidencias de todos y todas ellas, las asesorías de presidentes y presidentas, los Audi-6 y los viajes de promoción. Yo le preguntaría a la señorita ministra de Igualdad si no sería justo e igualitario que los parados/as y los jubilados/as tuviéramos también derecho a un trocito de la tarta.
He pensado incluso en cómo repartir las plazas. En lugar de que doscientos sesenta y cuatro políticos/as copen el Senado durante cuatro años, yo propongo que los parados/as y los jubilados/as (en justicia, debieran ser sólo los parados/as, pero... yo soy jubilado) nos repartamos las plazas a razón de un mes por barba, con lo que 12.672 españoles/as disfrutaríamos, en cada período de cuatro años, de una paga extra que nos daría la vida, fomentaría el consumo y elevaría la recaudación del IVA. Evidentemente, habría que hacerlo por sorteo, concediendo a los aspirantes la opción de solicitar plaza para el período de sesiones o para el corto período vacacional de tres meses, pues el primero podría resultar más divertido pero el segundo más cómodo, aunque habría que valorar si compensaría perder las dietas. Sólo quedaría nombrar al presidente/a y a los miembros y «miembras» de la Mesa, cargos que podrían asignarse a los más viejos/as, si ellos lo admiten, o bien jugarse a los chinos.
P.D. (He tratado de hacer una prueba trasladando a la escritura el nuevo discurso bi-género (o bi-sexual, quizá), pero me da el pálpito de que resulta un tanto farragoso).
José L. Hevia García, Oviedo
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