Viejos solos
La soledad es muy triste, la soledad auténtica, no la soledad temporal que un escritor de cuentos busca para concentrarse y, ya después, volver a recuperar a sus seres queridos para leerles el cuento. Esa soledad sin seres queridos ni de los otros adelanta la muerte por tristeza para algunos de nuestros mayores, y digo nuestros porque son de nuestra misma especie, aunque no estén en el marco familiar. Y sí, algún amigo habrán tenido, pero quizá ya tampoco están. ¿No sería deseable que algún vecino se hiciera accesible al amor y perdiera algún ratico con el abuelo para que no tenga que morir entre la más sórdida indiferencia?
En las noticias aparecen como olvidados de las instituciones, pero es que no son entes de plástico, ni un número en la Administración... ¿o sí? ¿Qué pasa con los que están más cerca?, ¿es que toda dejadez hay que achacarla a la Administración?, ¿acaso nos parió la Administración? Si alguien se sobrepone al temor por sí mismo, al yoísmo actual, a su atesorado tiempo, ese tiempo crucial que, según las estadísticas, necesitamos para la tele -4 horas-, o internet -5 horas- (ordenador o teléfono), redes sociales -1,5 horas-, etcétera, pues podríamos acercarnos al vecino solo, que vive en el mismo rellano y llamar. “Julián, ¿está usted bien?, ¿necesita algo?, ¿quiere pasar y tomar un café conmigo? Dispongo de 20 minutos hoy, venga, pase sin miedo”.
Todos disponemos de la misma cantidad de tiempo; de nosotros depende el uso que le demos, el orden de prioridades que establezcamos y la manera de dividir el tiempo que consideramos nuestro. Todo eso revela en buena medida no solo qué es lo que deseamos, sino cómo es nuestro corazón (Mateo 6:21). ¡Un momento!, me llaman por teléfono. “¿Que se ha caído?, ahora voy”. Es la vecina de un abuelo viudo, sin hijos ni nietos, que me avisa cuando se cae; la pobre mujer no puede con él, seguro que acabaré pasando la noche en urgencias, y con la horrible máscara, pero... es tan agradecido, me hace sentir que mi tiempo es oro.
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