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El sinsentido de viajar en autobús en tiempos de covid

10 de Diciembre del 2020 - Ana de la Calle (Oviedo)

Martes, 8 de diciembre, 15.15 horas, estación de autobuses de Oviedo.

En la dársena 15 los viajeros, en su mayoría jóvenes estudiantes, esperan la llegada del autobús que les trasladará a Cantabria y Bilbao. Mochilas y pequeños trolleys indican que su visita al Principado ha sido breve, posiblemente duró lo mismo que el atípico puente de este año.

Prácticamente todas las comunidades autónomas siguen cerradas y se supervisan los movimientos de personas entre unos y otros territorios en aras de un mayor control de la pandemia. Toda precaución es poca: PCR preventiva, mascarillas, geles hidroalcohólicos, distancia social, bares cerrados, toque de queda... No fue un puente normal, porque ya nada lo es.

Dos policías nacionales saludan y piden los salvoconductos que justifican el viaje y los cotejan con los DNI. Todo en orden. Todo bajo control. Ni una sola propuesta de sanción.

Casi a las tres y media llega el autobús. Bajan algunos pasajeros. La fila de espera crece y con ella vuelve de nuevo el control del papeleo. Los agentes identifican a los viajeros que se incorporan a la cola mientras la conductora vocea instrucciones sobre dónde acomodar los equipajes en función del destino: Santander y Bilbao a la derecha, el resto a la izquierda.

Sin la más mínima solución de continuidad comienza el embarque de los nuevos viajeros. Sorprendentemente, nada de ventilación, nada de geles, no hay tiempo que perder. A estas alturas de la pandemia todos saben qué hacer, las normas están sobradamente interiorizadas, pero la ausencia de medidas de higiene resulta chocante. Comprobación de nombres y billetes, y arriba. Todos en sus asientos. Sin tiempo siquiera a que el aire interior se renueve.

Imagino que la mayoría de los viajeros habrá pasado cuatro lluviosos días de puente en casa: sin bares, sin terrazas, sin abrazos y sin besos, pero con mascarilla, con gel, con distancia, con precaución y con miedo. Y todo se va al traste cuando toca subir al autobús porque no hay ninguna medida de higiene adicional y lo que es peor: ni un solo asiento vacío porque el autobús va completo y no hay otro que cubra ese trayecto en todo el día. Cada pasajero tiene otro a su lado, dos delante y dos más detrás. Con la distancia que todos conocemos. La de antes. La de siempre, o, lo que es lo mismo, prácticamente ninguna porque un Alsa sigue siendo un Alsa. Y el viaje dura lo que dura, en el mejor de los casos una hora y cuarto para 60 personas compartiendo espacio sin ninguna distancia.

¿Alguien encuentra sentido a este despropósito?

Terrazas y merenderos cerrados, iglesias y pequeños comercios sujetos a límite de aforo, restricciones para las reuniones familiares, toque de queda y cierres perimetrales por media España, y resulta que todo salta por los aires cuando se trata de viajar en autobús.

Vuelvo a casa mientras sigue lloviendo y en un “mupi” leo: “El virus no piensa, tú sí” y me pregunto si de verdad hay alguien al mando pensando en todo este sinsentido.

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