La vida nueva
Veníamos de sociedades sencillas, de sabor rural y familias extensas. El sujeto individual se supeditaba al cumplimiento inveterado, preceptivo e invariable de costumbres tradicionales, ritos y prácticas sociales obedientes, temerosas, comunitariamente coactivas. Hoy, en nombre de la libertad individual, se desea ser obsesivamente feliz como derecho tan legítimo como frustrante, las relaciones son cada vez más interesadas y” altamente racionales”. La pasota indiferencia, el descarte de quienes no pertenecen a nuestro clan, círculo social o formas de ver la vida están normalizados. Hay tolerancia, pero frialdad. Pluralismo, pero ombliguismo narcisista. Nos hemos vuelto prácticos, ante todo. En España, país antiguamente católico –que también tenía cosas buenas–, mucha gente ejercita una mentalidad vulgar, cínica y amarga, no quiere sufrir ni padecer sino habitar un mundo invadido por ruidos y “tópicos de tendencia”, volcado vorazmente hacia un futuro que, como se ha visto, puede torcerse por un virus o por los extremismos.
Se van haciendo raras las actitudes serviciales, la educación o cortesía de saludar cordialmente, de interesarse sin fingimientos por los demás, de ayudar desinteresadamente. Es verdad que hay un Estado del bienestar –más o menos agrietado–, una red de servicios sociales, muchísimas asociaciones cívicas y humanitarias, una sociedad democrática con valores, pero se produce la desmaterialización, la virtualización comodona de un contacto humano de usar y tirar.
Hemos progresado materialmente y en sofisticación, sin embargo es necesario cultivar actitudes una pizca más empáticas y desprendidas, no apegadas solo a lo inmediato y egocéntrico; conocedores de que las personas pueden ser tóxicas o irradiar amabilidad y bondad, dando su tiempo y atención a los demás, de modo gratuito. El mundo no puede ser solo la ”fetichización de las mercancías”, aunque la inventiva, las iniciativas novedosas, las empresas... son creadoras de riqueza.
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar” dijo Jorge Manrique: la reflexión sobre la muerte, nunca en sentido morboso, puede ser una reflexión sobre la vida buena y la buena vida. Desautomaticémonos, aun viviendo lo contemporáneo a tope. Pongamos a las personas en el centro, aun siendo tecnológicos, eficientes, “modelnos” y, por supuesto, siempre aprendices del arte de saber vivir. Que haya alegría, salud y solidaridad.
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