Siempre

19 de Diciembre del 2020 - Maria del Coro Junquera Lantero (Oviedo)

Siempre que llega esta época prenavideña me pregunto por qué seguimos manteniendo unas costumbres que responden a unas creencias religiosas que en el mejor de los casos no son muy precisas que digamos.

Ya no me refiero a ser creyente o no serlo, sino a fechas y datos que cuando menos son sospechosos de no coincidir con las fechas en las que los conmemoramos.

Y, sin embrago, incluso los ateos se reúnen en torno a una mesa llena de comida y bebida, adornan las casas como si fueran las fiestas del pueblo, compran y reciben regalos, llevan a los niños a las cabalgatas de los Reyes Magos, les hacen escribir cartas diciendo lo bien que se han portado durante todo el año para que les traigan muchos regalos...

Y yo siempre me pregunto si no valdría la pena empezar a cambiar estas costumbres por otras más racionales y menos fantásticas, pero que nos llevasen a racionalizar las cosas un poquito más y a educar a nuestros hijos en, por ejemplo, que no por portarse bien en esta vida te regalan cosas, ni mucho menos. Que comportarse como es debido es una obligación y no tiene premio, en la mayoría de los casos.

Cómo explicar a tantos y tantos niños (y no de África, sino del portal vecino al nuestro) que no van a recibir el regalo pedido o incluso que no recibirán ningún regalo porque no hay de dónde sacarlos.

Con esta situación de pesadilla que estamos viviendo por el covid dichoso, cuántas familias que no tienen ni con qué calentar la comida, comida que les llega de ayudas sociales, no tendrán ni para comprar a sus hijos unas chuches que reciban como regalo de Reyes; y yo me pregunto si, volviendo a las costumbres navideñas, no son, en realidad, fiestas para los que pueden celebrarlas porque tienen medios económicos para ello, y, en cambio, son un “calvario” para tantos y tantos que no los tienen.

Porque, como casi todo en este mundo, lo hemos convertido en cuestión económica.

Ya no digamos para los que están solos y ven cómo el problema de los demás es juntar solamente a los familiares permitidos...

En fin, no sé quién sería el primero en poner el cascabel al gato, porque todos tenemos disculpas para no hacerlo (tenemos hijos pequeños a los que no queremos diferenciar del resto de los niños, tenemos nietos, tenemos familiares fuera con los que nos juntamos en estas fechas…, no queremos ser los “raros”...).

Pero sinceramente creo que es algo sobre lo que pensar, esta locura de adornar las ciudades como si no hubiera un mañana, porque así se incentiva el consumo (y así nos va, incentivando el consumo en vez de incentivar otras cosas que a la larga nos traerían más cuenta), estas preocupaciones tan “tontas” con la que tenemos encima...

No sé, respeto a quien vive la Navidad como el nacimiento de Jesús (aunque, repito, hay serias dudas históricas sobre la coincidencia de fechas), pero precisamente ese sentimiento de que una persona “extraordinaria” nació por estas fechas (???) nos tendría que hacer reflexionar acerca de que algo diferente tenemos que hacer con este mundo donde las diferencias sociales, económicas, no se han resuelto en dos mil años, y ya va siendo hora de que se produzca “el milagro” de que las cosas cambien a mejor para tantas y tantas personas que no han hecho nada para merecer menos que los demás.

No me gustan las Navidades, y he llegado a pensar si será porque me hacen pensar más aún de lo que pienso normalmente en las personas que lo están pasando mal por los motivos que sean, de salud, económicos, sentimentales...

O quizá porque me hacen sentirme una privilegiada y eso no me gusta nada.

O porque me hacen plantearme ¿qué haré yo cuando tenga nietos? ¿Pondré la misma disculpa que cuando mis hijas eran niñas pequeñas, dejar mis ideas aparte para que ellas las disfrutasen como cualquier niño sin una madre tan “cuadriculada”?

No lo sé, pero creo que, si día a día conseguimos que nuestros “pequeños ciudadanos” sean conscientes poco a poco de que el mundo es como es y se deben dar pasos para cambiarlo a mejor y que ellos, como todos, deben contribuir a su manera a que esto suceda, quizá sí lograremos esto (soy consciente de que ya en muchas familias se hace), quizá sería el mejor regalo, el mejor premio, lo mejor que podríamos hacer por ellos y por el mundo que han de vivir ellos y los que les sigan a ellos.

La mejor cena de Nochebuena sería aquella en la que con lo que nos fuéramos a gastar en prepararla ayudásemos a una familia a pagar su recibo de la luz.

Que las doce uvas sean doce propósitos de cambiar nuestro mundo a mejor, a mucho mejor.

La mejor cabalgata de Reyes Magos sería aquella en que los camellos viniesen cargados de paquetes llenos de justicia social.

Y no, no es sentar a un “pobre” a tu mesa: es darle la vuelta a este sinsentido de vida que hace que exista el pobre.

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